Pues sin comerlo ni beberlo, de sorpresa, me meten como ponente en un simposio y toca prepararse unas charlas a dar en el sur de Ecuador. En avión fuimos a la capital de la provincia de El Oro, y el camino al centro de la ciudad estaba plagado de plantaciones de bananos. A ambos lados y por kilómetros. Aparte, el ambiente con más oxígeno y con mayor humedad hacía un mejor medio para poder disfrutar la noche. Los típicos cableados te dan la bienvenida a Machala y las calles amplias te dejaban caminar tranquilamente.
De noche el Parque Central está iluminado hermosamente. Mucha luz, al contrario que in Ibarra. Y eso ayuda a sentirse confiado, a buscar lugares para comer con tranquilidad y a pasear y ver cómo está iluminada la catedral de la Merced y los edificios colindantes. Bancos, edificios institucionales, rascacielos de negocios, todo está bien iluminado y con un buen ambiente.
El congreso fue bastante interesante, pudiendo recorrer el inmenso campus de la UTMach, con su plaza con banderas gigantes (nos las explicaron en español para después despedirse en inglés... pareceríamos raros) y la gran cantidad de edificios para las facultades. ¡Envidia daba! Pero bueno, nada podía ser genial, pues nos transmitieron la terrible noticia del fallecimiento de una compañera nuestra, que justo iba a dar con nosotros la conferencia pero se excusó porque empezaba a sentirse mal. Joder, qué bajón. Y lo malo que uno tenía que guardar la compostura para poder terminar la jornada y dar una buena impresión a los organizadores.
Con otro compañero fuimos con un grupo de organizadores a cenar pescado cerca de la costa. Ahí ya veías los contrastes intensos entre lujosos edificios y barrios precarios. Guardias de seguridad y muchachos jugando en las calles. Ciudad con contrastes y con una cantidad de parques y plazas considerable.
Otra jornada que tuvimos que vivir con algo de dolor y con explicaciones algo redundantes, envuelto todo en una gran cantidad de actividades artísticas para enseñar las tradiciones del lugar. Interesante esto también. Lo malo fue volver, pues el avión se retrasó varias horas y nadie explicaba mucho, con dos o tres atrasos. Ya en Quito, reventados, casi fuimos timados por taxistas pero queríamos llegar a casa cuanto antes.
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