Nuestra amiga uzbeka nos invitó a su casa a probar las delicias de su país, así que el equipo de hispanohablantes tomamos el tranvía para salir a Saint-Herblain, un pueblo que está pegado a Nantes. Como es evidente, no vimos mucho del pueblo, excepto las zonas residenciales y el famoso Sillon de Bretagne, un enorme edificio funcional de tres brazos escalonados, que hoy en día está lleno de residentes.
Impresionante la cantidad de comida que había en su casa, tanto que pensamos que toda la comida iba a ser lo que abarrotaba una mesa. Pero no, eran los entrantes. Así que hicimos de corazón tripas (volteo la famosa sentencia para acercarme a los hechos) y nos pusimos a probar de todo. Ahí nos reunimos gente de todas las nacionalidades, contando con españoles, uzbekos, portugeses, algún francés, italianos, kazajos, indios y libaneses. Una reunión ONU, para variar. El niño chico creo que no había tenido tanta gente en la casa porque no paraba se hacer cosas y no quería irse a dormir por nada del mundo.
La nota discordante fue el valenciano prepotente que había ahí con sus sentencias sobre que la juventud ya no sabía nada y que dominaba la historia a la perfección (pero confundía evidentemente reino con territorio de realengo a la hora de hacer consideraciones sobre el feudalismo y la importancia del Duque de Bretaña)... o que aún entendía el español, cuando el resto de nacionalidades evidentemente no (y es que por deferencia se escoge el inglés para entendernos todos, y alguna vez que otra el francés). Bueno, nada que no pasase a mayores, por lo que decidimos aprovechar para pasar una buena velada y escuchar de primera mano el relato de exiliados de su país, que por opiniones políticas diferentes y acusar al Presidente (con motivos sobrados y objetivos) de dictador la familia no puede volver a su país sin pasar por la cárcel tras un juicio parcial. Momentos traumáticos hasta conseguir llegar a Francia y obtener la ciudadanía, que tampoco fue cosa fácil.
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