Conocer Imbabura es algo obligado, ya que los paisajes de esta provincia enclavada en la sierra son impresionantes. Con la universidad se inició un viaje hacia la localidad cercana de Otavalo.
Es un pueblo bastante cuidado y grande, con fuerte presencia indígena, con sus trajes típicos. Pude dar una vuelta por el mercado y observar sus artesanías de alpaca y madera. Y es que tengo que destacar que a los ecuatorianos les encantan los colores fuertes, chillones. Una explosión cromática, vamos.
Con Ismael dimos varias vueltas por el pueblo, de calles anchas y llenas de tiendas. Incluso el volcán Imbabura se ve desde otro ángulo, más abrupto. También era muy curioso ver los adornos de las farolas y el mercado que parece que va a derruirse. Arriates y paradas de bus están muy bien conservadas en un intento de favorecer el turismo. Y cómo no, mis pasos me llevaron hasta la plaza central, llena de edificios institucionales e iglesias de estilo criollo. El parque está lleno de cosas típicas andaluzas, césped y plantas por aquí y por allá y una fuente en el centro. Incluso tenía una escultura con una cabeza indígena, que llamaba a ciertos valores ancestrales.
Otros pasos me llevaron a otras fuentes (una con caballos plateados) e iglesias, y tras unas cuantas horas, de regreso a Ibarra.
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