Nada como viajar a la costa para pasar el final de año. La ruta no fue inmediata, así que tuvimos que parar en un hotel quiteño alejado de todo, en el norte, pero con unas vistas espectaculares, ¡y en un barrio residencial!
Bien de madrugada tuvimos que ir al aeropuerto y hacer una cola que al final no era, gracias a la idiocia del personal de la empresa encargado de tal menester. El vuelo fue casi relámpago y llegamos a la provincia de Manabí. No hubo tiempo para descansar, pues fuimos a la horrible estación de autobuses de Manta. Allí pudimos reservar unos billetes y tener un viaje de tres horas por la costa, en unas carreteras infestadas de basura.
Pero el final del viaje era excelente. Andamos un poco hasta que nos recogieron unos ciclomotores de tres ruedas y llegamos al hotel. ¿La ciudad? Totalmente precaria: calles sin asfaltar, mala iluminación, deteriorado paseo marítimo. Pero las vistas eras las mejores. Y el mar ahí tan cerca con los chiringuitos te hacía sonreír.
De prisa y corriendo reservé un viaje para Nochevieja. La Isla de la Plata, que es una reserva por la cantidad de especies que alberga esa pequeña isla. Fuimos en lancha como durante media hora y llegamos a la isla donde nos enseñaron sus aguas claras y los riscos con aves de patas azules (no recuerdo su nombre). Lo gracioso es que había monjas y no se quitaban los hábitos, calcetines incluidos, para mojarse los pies. En otra parte de la isla se pudo hacer algo de esnórquel y ver la cantidad de peces y crustáceos que están un metro bajo la superficie del agua. Increíbles vistas. La vuelta nos pilló con oleaje y los saltos que dábamos eran bastante potentes.
Ya de vuelta en el continente recorrimos la ciudad, su placita y la consabida iglesia y parte del paseo marítimo que está en mejor forma. A la noche a comer marisco y acudir a un chiringuito para terminar el año tomando daikiri. Recomendable esta tradición. Ya a las doce fuegos artificiales y globos de papel ascendidos mediante pequeños fuegos. Gran espectáculo, la verdad. Y también se dedican a quemar muñecos de trapo, que simbolizan todo lo que se quiere dejar para arrancar el año de la mejor manera.
Lo pero fue el hotel, bastante ruidoso y sin agua caliente (cuando decían que tenía que hervir), cortes de luz y agua. El servicio también fue altamente precario. Desaconsejable, totalmente. Pero bueno, en Año Nuevo fuimos a una playa un poquito al norte, la de Los Frailes. Oleaje intenso y arena que daba gusto. Incluso no había mucha gente y se podía estar bastante tranquilo. Buena manera para iniciar el año, así que recomiendo esto también.
Ya al día siguiente, solo unos paseos y visitas por la ciudad hasta completar la hora para ir a la nueva y enorme estación de autobuses, plagada de turistas extranjeros.
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