jueves, 13 de agosto de 2015

Lo malo del chismorreo

En todos los aspectos esto es cierto. Murmuraciones, invenciones, chascarrillos, todo al final se convierte en una bola pesada que puede arrastrar los cimientos más sólidos. Incluso instituciones con fuerte apoyo gubernamental.

Ay, si la vida fuese más simple no habría que pasarlo tan mal. Un camino tranquilo, sin sobresaltos, puede desembocar a una larga época de inestabilidad. Todo perfecto hasta que unos chanchullos salpican a quien antes era el integrante estrella. ¿Alta talla? ¿Cabeza bien alta? ¡No! Pataleta y muchas dosis de sentimentalismo. Tanto que ataca tanto a sus enemigos como al resto del círculo, estos los más débiles. Así empiezan épocas de calamidades.

En serio, las cosas se hacen muy cuesta arriba por culpa del orgullo herido de quien en el fondo no tiene fuerza moral, ímpetu de líder. Palabras muy hermosamente susurradas en ciertos oídos pueden hacer que te idolatren, incluso cuando ya le has puesto varios clavos en su ataúd. ¡Y no se dan cuenta! Lo defienden a muerte, como si lo que viniese fuese el mal absoluto. No es lo bueno, no es lo mejor, pero no es el mal. Y como no es el mal intentará sobrevivir congeniando con los supervivientes. Creo que esto es muy plausible, no sé por qué ese pánico.

O quizás sean ganas de sembrar dudas, de desmoralizar. Bajo una gran carga de desasosiego uno no puede rendir al máximo y empieza a tambalearse. Se cansa de tanto murmullo y puede dar un paso en falso. Eso no es bueno. Ni para uno mismo ni para los chismorreros, aunque parezca que les beneficia.

Así nadie va a ir muy lejos. Y eso el lo que al final a todos nos da miedo.

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