Gusta siempre viajar a esta ciudad, enclavada entre el mar Mediterráneo y la cordillera Penibética. Ha reverdecido desde un tiempo a esta parte y merece la pena pasear por su paseo marítimo. Las playas, a pesar de estar llenar de arena volcánica y guijarros, permiten bañarse, si estás en una buena época y el agua algo fría no es un reparo.
Hay varias alamedas y la parte nueva del puerto quedó espectacular. Callejear por el centro se hace casi obligatorio, así como pasar por enfrente de la inacabada catedral, así como la populosa calle Larios y la plaza de la Constitución. Sin embargo, lo que más impresiona es el teatro romano a los pies de la hermosa alcazaba. Los recodos que tiene y su vegetación hacen que te atrape. Las salas y salones están bastante bien y hay algunas ventanas y patios que merecen la pena de sentarse y recrearse con ellos.
Ascendiendo algo más está el castillo de Gibralfaro, por el que se asciende bajo una muralla que conecta a este lugar con la Alcazaba. No tiene mucho en su interior, pero hacer la ronda merece la pena en gran manera. Lo mejor son sus vistas, al azul mar y a las montañas allá en la lejanía si te das media vuelta.
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