El paseo por Portugal con mis primos deparó otra sorpresa: Tavira. Esta ciudad es genial, pequeña pero muy encantadora. Pasar de la zona moderna (idéntica a casi cualquier ciudad occidental aunque con matices) a la zona turística te deja un muy buen sabor de boca, como para volver a visitar el Algarve.
Edificios de inspiración inglesa, quizás por su presencia en las cercanas minas de sal, con un toque antiguo y olvidado hace que estés como en una ciudad de ensueño. El adoquinado entre callejas que giran de manera aleatoria ayuda a eso. Hay muchas plazas y fuentes que ayudan a dar como más espacio a la ciudad. Y el puente romano sobre el río Gilão donde tocan algunos viajeros el violín te llama a sentarte durante un buen rato para contemplar el ocaso. Incluso a bajo nivel del río se podían ver pescadores de cangrejos a pie bajo el puente. Varios lugares de observación del río y tiendas de inspiración artesanal te retienen por un buen rato.
Hay calles que alternan casas típicas de la región con otras hechas de grandes sillares, como si fuesen restos de alguna muralla o castillo. Las macetas con las flores colgantes y el silencio hacen que recorras bien despacio el casco histórico. Rampas, arcos, un castillo poco iluminado que te hace imaginar épocas antiguas. El paseo nos llevó hasta la iglesia de Santa Maria do Castelo con placas por aquí y por allá hablando de la historia romana y musulmana de esta región sur portuguesa. Los grandes parques ajardinados te llevan a otras calles con más recovecos y con azulejos representando algún momento tradicional.
Un corto viaje, aunque ya era de noche, nos llevó cerca de la afamada isla de Tavira, indicando entonces nuestros primos que esta ciudad tiene mucha oferta, tanto turística como cultural.
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