De vuelta a España, más concretamente a la provincia de Huelva, no quedaba otra que cenar tapas al más puro estilo costero. Sí, caballa, atún, tomate, picos de pan. Y el lugar elegido no fue otro que la afamada localidad de Ayamonte. En la misma ribera del Guadiana se pueden ver perfectamente las luces de las localidades portuguesas y esto se traduce, como casi siempre, en mezcla cultural.
Por suerte, aunque fuese de noche, entramos por Ayamonte a través del barrio antiguo, típico de casas bajas y perfectamente encaladas. Las cuestas adoquinadas seguramente recibirían esforzadas procesiones durante la Semana Santa. La parte nueva está remodelada y parece que de no hace mucho. Amplios aparcamientos frente al río y un centro urbano con calles peatonales.
El punto más relevante que vimos fue una plaza, quizás la famosa plaza del pueblo, llena de pérgolas y adornada con azulejos de varios colores, aunque predominaba el azul marino. Torres y relojes eran los únicos acompañantes a esa hora, aunque por suerte pudimos sentarnos en un bar próximo y reponer fuerzas. El viento fresco típico de esa zona nos dejó en un estado perfecto. Con energías para seguir dando vueltas a la siguiente jornada.
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