El viaje teníamos que hacerlo, pero en principio íbamos a Cádiz y el despertador sonó cuando no debía sonar. Entre pitos y flautas al final había un tren que se dirigía justo en sentido opuesto y corre que te corre para llegar a él. Así que triunfamos, ya que nunca había visto esta ciudad andaluza, capital del olivo.
Llegamos en primer lugar a la estación y como locos a comprar un billete de tren de vuelta (aunque al principio quisieron hacernos el billete para un ratito después). Y de ahí tocaba orientarse. Vimos la larga vía del tranvía, pero no a este. Después nos enteramos que no fue inaugurado, vaya chasco. Caminata y desayuno de las épicas tostadas de la tierra, para ganar energía a tutiplén. Ya entrada la mañana pudimos ver un mercadillo con cosas medievales y hippies, así que a comprar. El el centro pudimos conseguir localizar la oficina de información turística y acercarnos a la enorme catedral de un estilo más claro y elegante que la barroca de Sevilla. El museo de la parte inferior estuvo espectacular y menos mal que también estuvo protegido, pues Geo estornudó y casi estuvimos a punto de destrozar patrimonio, ja.
Salimos por un taxi que nos subiese al castillo de Santa Catalina, que está en un cerro que domina toda la ciudad. No pudimos entrar, no sé si estaban cerrados o que había obra o alguna reunión. No lo recuerdo, la verdad. Pero la vista era espectacular, se veían las lomas cubiertas por hileras de olivos sin fin. Incluso donde la pendiente ponía en duda que pudiesen ser cosechados. Los efectos de las nubes grises le daban un aspecto muy medieval a la zona, como si fueses un vigía en alguna de las torretas y de un momento a otro pudieran irrumpir ejércitos amenazando la ciudad.
A la hora de bajar nos atrevimos a ir a pie cruzando la vegetación y siguiendo una muralla que va desde la ciudad hasta el castillo. No estaba en muy buenas condiciones, aunque parecía que iban a iniciar trabajos de restauración. Lo bueno de ir por ese sitio fue que divisamos incluso ardillas. Llegando a la ciudad pues no nos quedó otra de ir bajando calles con escaleras e ir orientándonos hacia la estación de tren. Es más, llegamos a una zona con iglesias y a la famosa fuente de la Magdalena, donde moraba el dragón (o lagarto, según la leyenda escogida). Las vistas del cerro desde la parte antigua pues siguen siendo cautivadoras.
Ya cansados paramos en un lugar a hartarnos de kebabs, ya que Geo no había probado esta comida nunca. Barato y abundante, como era de esperar. Otro pequeño paseo para hacer tiempo nos llevó a otro mercadillo, donde vendían los famosos orgasmatrones. Comprar uno fue cosa obligatoria. De ahí a la estación y a descansar. Turismo interior, poco afamado con respecto su hermano mayor pero que te deja muchas cosas interesantes.
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