En una localidad perteneciente a un, ya de por sí, pequeño municipio, está uno de los palacios más impresionantes. Poco anduvimos por las casas, excepto para comer unos habicholones gigantescos que nunca pude terminar. El palacio merece la pena y ya empecé desde el principio a hacerme decenas de preguntas de cómo era posible tal palacio aun cuando España estaba saliendo de la crisis del siglo XVII.
Su influencia francesa es evidente: tejados de pizarra, pináculos sobre las torres y rectangulares ventanas por todos sitios. Los interiores eran amplios y me sorprendió el cenotafio de Felipe V. Apenas recuerdo más sobre su interior, quizás algún salón decorado y tapices. No sé. Eso sí, aún se me quedan en la memoria los enormes jardines y bosques que posee a su alrededor. Es una maravilla pasear por ahí y perderse un rato en divagaciones. De vez en cuando, como grata sorpresa, toca encontrarse con una barroca fuente con chorros de agua. Algunas son impresionantes por su extensión y por la cantidad de detalles que contemplan.
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