Siempre quise recorrer esta ciudad si una vez visitaba Colombia. Es la ciudad donde tuvo lugar la gesta del increíble Blas de Lezo y así le haría un pequeño homenaje. Pues finalmente, para pasar de año, lo logré.
En el aeropuerto tuvimos varios líos para cambiar moneda y enterarnos de cómo iba el tema de taxis. El hotel estaba cerca pero Google lo ponía en un sitio bastante complicado para llegar. Nada más lejos de la realidad, estaba justo en frente del aeropuerto. ¡Qué ridículos tuvimos que parecer y qué dinero perdido! Pero bueno, había que pagar la novatada. Eso sí, el hotel estaba espectacular, con gran habitación, nutrido desayuno y una piscina para relajarse. Después de disfrutar del lugar fuimos en un taxi casi derruido hasta el casco histórico. Tras bajar en el Parque del Centenario ves que la vegetación es muy diferente de donde provienes y que el calor pegajoso y húmedo de la costa está por todas partes. No faltó la foto de rigor frente a la Torre del Reloj ni recorrer las calles con sus balcones de madera engalanados con multitud de macetas y fachadas pintadas de vistosos colores. Es una experiencia increíble a quien le guste la ambientación colonial.
En la plaza de la catedral probamos unas excelentes arepas que fueron deliciosas, sinceramente. Ganan más las arepas colombianas que las venezolanas, en mi humilde opinión. Incluso pudimos ver un espectáculo de grupos barriales bailando las danzas típicas del lugar. Fue una experiencia muy interesante.
Paseamos por los baluartes de La Merced, Santo Domingo y San Francisco Javier, viendo el grosor de esos muros y lo que debieron sufrir los ingleses cuando arribaron a aquellas costas. Puedes ver el inmenso mar, sentir el fuerte viento y otear los finos y altos rascacielos de la parte moderna. Incluso te puedes hacer fotos en la casa de García Márquez. También en uno de los viajes relámpago vimos de lejos el inmenso castillo de San Felipe de Barajas.
Los lugares para comer, para tomar helado, son innumerables, señal de que esta parte de la ciudad solo vive por y para el turismo. Cerca del hotel había numerosos puestos y comercios y se podía pasear tranquilamente y comer pizza o tomar cócteles. A la otra mañana nos dio por pasear por la costa de la zona del aeropuerto en la que estaban construyendo el paseo marítimo con rompeolas y todo. La caminata duró bastante y en uno de los asientos de hormigón (que eran más cómodos de lo que podía aparecer a primera vista) dormimos una siesta reconfortante.
Estuvimos poco tiempo, pero creo que fue intenso. Otra parada nos esperaba.
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