Tras recoger a mi mujer en Santander (algo estresado por conducir en ciudad, eso no se me va a quitar jamás) paramos en este pueblo para hacer compras. Todo lleno de bloques que seguramente se pondrán a rebosar en verano. De ahí llegamos a la playa de San Juan de la Canal. En pleno invierno conseguimos un lugar que admitiera mascotas y en primera línea de playa. ¡Y menuda playa! Arena blanca y con grandes roquedales que daba como cierta protección respecto al oleaje. La perra disfrutó un montón corriendo. Y es que no había nadie, la verdad.
Cerca hay como un parque con césped que va de una playita a otra. Es súper relajante y puedes ir de un lado a otro escuchando el oleaje. Mira que yo no soy de costa (bien secano nací y me crié) pero este lugar tiene un encanto irresistible.
A la mañana siguiente, tras un buen desayuno nos pusimos a caminar la zona de acantilados. Desde la punta donde solo ves mar empezamos a bordear hasta la playa de la Covacha. Ves los islotes y te impresiona la fuerza de la naturaleza que casi ha puesto en vertical los estratos y hay istmos que aparecen y desaparecen en función de la marea. Sí pudimos bajar en la playa de la Arnía y ver de cerca los urros bien alineados y casi separados perfectamente del mar. Se extienden metros y metros y en la playa pudimos ver cómo jugaban varios perros. Muy hermoso todo, la verdad.
A la tarde guardamos fuerzas y callejeamos un poquito hasta llegar a ermita de la Virgen del Mar. Bajaba la marea (o eso creo yo) y la playa mojada con el cielo anaranjado del atardecer dio unas vistas impresionantes, de las mejores que se han fijado en mi retina. Espectacular Cantabria.
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