sábado, 28 de julio de 2012

El fallo de Europa

La unificación de Europa siempre ha estado en la mente de hombres y mujeres preclaros. Ya en el Imperio Romano se había logrado una virtual unificación en torno al Mediterráneo y tras eso le siguió el Imperio Bizantino, Visigotia (los visigodos controlando gran parte de Portugal, España y Francia), el Imperio Carolingio (Francia y Alemania) y el Sacro Imperio Romano-Germánico. Imponer por la espada una unificación nunca da resultados duraderos y las diferencias de criterio hacen que pronto las partes dominadas ansíen la separación. Por eso, y desde Roma, se apostó por la unificación espiritual. Conseguido establemente tras el Gran Cisma (aunque las opiniones heréticas siempre estuvieron) tras los inicios del protestantismo las guerras imperiales volvieron a tener ese objetivo y tras eso las ansias expansionistas de la Francia napoleónica o la Alemania nazi.

Nunca ha funcionado porque la historia según cada región y la cultura es claramente diferenciadora, mientras que los elementos en común, si bien todos los europeos comparten valores y trasfondo occidentales, pueden aplicarse a cualquier habitante de gran parte del mundo, por lo que podría ser la unión en vez de Polonia y Bélgica, de Polonia y Canadá. Para empezar, Europa debe comprender que ya no es potencia y que la historia ya no se escribe según su pauta. Estados Unidos tiene la preeminencia hoy en día, y con ello jugó en Europa con la URSS para determinar el control del continente. Y el futuro va a pasar por el sudeste asiático, así que para que Europa sea la protagonista de nuevo pasarán siglos. Y eso se logrará si descartamos los aires de superioridad colonialista.

La Unión Europea tuvo su germen tras la II Guerra Mundial y los acuerdos entre países para evitar rencillas futuras y seguir en paz el camino, sopesando al capitalismo como opción y refugio contra el expansionismo soviético. Se crearon tratados de acero y carbón y así evolucionó durante la Guerra Fría hasta que se creó una Unión fuerte y que englobaba políticas económicas y mercantiles. Un gran paso fue que los Estados diluyeron parte de su soberanía para dar prerrogativas en común a la Unión, que legislaba y se aplicaba entre sus miembros. Y por un largo tiempo funcionó y gran cantidad de países suspiraron por entrar. Incluso con una moneda común se compitió cara a cara con Estados Unidos. Pero hoy la crisis ha identificado sus vicios, que no son pocos.

Las acciones del Parlamento Europeo hoy en día son oscuras y no llegan al común de los mortales y dos sedes plantean un despilfarro enorme. El Ejecutivo no es directamente elegido por los votantes y depende de los gustos de los países con más peso; esto es así porque en el seno de la Unión hay organismos creados para defender los intereses de los Estados particulares (jefes de Estado o de Gobierno barren para casa en todo lo que debate la unión). Parece que la idea era mejorar la circulación de turistas y los bienes de empresas sin impedimentos y nada más. Pues esto ha de cambiar. No solo unión económica, sino política y social. Los europeos han de unirse no por ideas de pertenencia o de vínculos, sino en un ejercicio de ciudadanía global, con objetivo de mejorar su vida y la de los demás. Suena artificial, sí, pero en este siglo ya debemos apostar por lo funcional y no por lo sentimental. En última instancia los Estados deben diluirse para conformar los Estados Unidos de Europa, un enorme país federal con gran peso poblacional y económico en el mundo. Y las instituciones europeas (que a partir de ya han de ser publicitadas y explicadas) deben perder la injerencia de los Estados miembros para ser ella quien marque la pauta. También progresivamente ha de tener en su poder más soberanía y más capacidad de legislar en materias más profundas y delicadas no solo del ámbito europeo, sino regional. Marcar las competencias federales y regionales y crear (aunque no me gusten los actos bélicos) un euroejército para frenar ansias de diferenciarse en algo. Una política exterior única y de peso y la idea que hay que ganar terreno perdido, que ya no es el centro del universo.

Pero hoy son cantos de sirena. La Unión es más probable que pase a ser un elemento más de la enumeración de arriba sobre los intentos de unificación europea. Si Grecia sale del euro quizás con los años dé igual seguir participando o no de un club etéreo y todo volverá al principio. Si antes hubo disputas sobre los fondos de cohesión (los Estados ricos dan dinero a los pobres para aumentar su nivel e igualarse y en el futuro se compra o invierte en estos ricos para recuperar la inversión) se ha convertido en el tutelaje de Alemania (un IV Reich que domina Europa sin disparar una bala) con la compañía de Francia como perro de la guerra para controlar a los países mediterráneos. Los acercamientos y alejamientos puntuales de Reino Unido no dan nunca sensación de Unión, sino de alianza temporal. Angela Merkel ha usado a Europa para promocionar y blindar a Alemania, manteniendo en un perfil bajo a Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España. Vale que estos países han cometido sus fechorías (falseamiento de cuentas, corrupción, despilfarro...) pero parece que ahora están los santificados alemanes pagando las fiestas ajenas, cuando en la salvación de la banca en un renqueante y moribundo capitalismo se está dando dinero a mansalva a los bancos de capital alemán. O incluso la venta de armamento a Grecia, cuando Alemania comparte destino por UE y OTAN y no sé si para defender a Chipre de una Turquía que hoy teme más a Siria o para darle jueguetes a militares que podrían soñar con un golpe de Estado.

Esta visión de la Unión Europea no lleva a nada más que un anquilosamiento de sus instituciones y la hegemonía alemana a partir de estas instituciones muertas. Todos los países han de evitar este dominio de Alemania, empezando por ella misma. De buena voluntad han de delegar todo su poder e injerencia en la Unión y fomentar que todos hagan igual y que empiece a caminar sola. Un gran Estado federal es un paso inevitable para generar vínculos con la tierra que termine unida (o relativamente unida, para no pecar de idealista), porque si no en el siglo XXVI alguien repetirá estas ideas sobre el nuevo organismo que pretenda unificar los mismos (o nuevos) Estados que conformen Europa.

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