Tras visitar la ciudad nos encaminamos en coche hacia el Santuário da Penha, una obra que queda en la cima de los montes y se divisa desde Guimarães casi desde cualquier lado. Pues bien, el santuario es pequeño pero queda enclavado en un monte de singular belleza. Me pareció muy moderno pero las vistas de la ciudad y los valles son espectaculares.
Almorzamos en el restaurante y nos acompañó un gato muy cariñoso. Incluso parecía un perro. Y vagar por el bosquecillo con caminos de piedra y vegetación enorme fue muy placentero. Es más, es lo que destaco de esta visita, aparte de las vistas inmejorables. Puedes llegar hasta la gruta de Nossa Senhora de Lurdes y llegar hasta el mirador, que estaba a rebosar. En la lejanía se podían atisbar otros monasterios y te daban ganas de seguir recorriendo.
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