Esta vez los enlaces laborales hicieron que visitáramos Tandil, una ciudad de casi 150000 habitantes en el centro de la provincia de Buenos Aires. Conocida principalmente por sus quesos y embutidos, además del tenista Del Potro y de la piedra movediza (que oscilaba al borde de un despeñadero pero se cayó el 29 de febrero de 1912 y hoy en día hay una réplica). Nuestro jefe tiene amistad con uno de ahí y siempre quisieron colaborar en un artículo. No pudo ser hasta ahora, así que llevamos unas muestras para que les hagan estudios con unas antipartículas llamadas positrones.
En principio iba a ser una semana de estancia, pero se quedó en dos días, ya que el investigador tuvo que ir a otros lugares, así que nos embarcamos en un viaje en autobús de 11 horas en donde uno puede comprobar el límite de su resistencia, cosa que pudimos conseguir a pesar de las lluvias. Paramos en un hotel rústico y el primer día visitamos la ciudad, algo pequeña y con viento frío y nubes al más puro estilo victoriano. Tras mirar algunas tiendas de artesanía típicas de la calle principal fuimos a ver la plaza central y de ahí a visitar el portón de un fuerte y un lago artificial con un surtidor, eso acompañados de un gracioso perro que en vez de enfrentarse a los perros guardianes de la casa que le ladraban iba y marcaba el territorio en sus hocicos. Es una zona montañosa así que las lomas arriba y abajo hicieron la caminata más amena.
Además del lago y el fuerte tienen la piedra movediza (que no visitamos) un crucificado y otra piedra colgada en el borde, llamado El Centinela. Fuimos a esta última en una larga caminata, comprobando que los tandilenses no tienen el sentido de las distancias muy desarrollado (es que confundir 100 metros con 1,7 kilómetros es muy jodido). Por la noche para recuperar fuerzas comimos un asado espectacular, churruscadito y de sabor intenso.
Al día siguiente llegamos al campus universitario y tras un par de vueltas encontramos el lugar. Sólo nos comentaron qué técnicas usaban y qué hacíamos nosotros, poniendo en común cómo podíamos colaborar en el futuro. No hicimos ninguna prueba, ya que la noche anterior habían tenido un corte de luz y parece que la técnica tarda en iniciarse, así que les dejamos unas probetas y fuimos a comer en el comedor, baratísimo y a rebosar de comida (¡y había fruta!). En resumen, pareció más una visita de Estado para vernos las caras, pero en el fondo mereció la pena hacer la visita.
Para no perder el tiempo vagueando pues decidimos ir hacia Buenos Aires y de allí a Rosario, ahorrando 8 horas de espera. En la estación de Capital Federal uno nos pidió algo de dinero para comprar un pasaje y le entregué unas monedillas que encontré en el bolsillo. Parece ser que no le gustó que fuese tan poco y nos las arrojó un par de veces. Además de hacer un favor y una buena obra te la recriminan. Hay que mirar el lado positivo, aunque sea poco (y no creo que estuviésemos en posición de derrochar) ya hace falta menos dinero hasta llegar al valor del billete. Tras esto subimos al autobús y otra nueva paliza hasta nuestra casa. Un viaje relámpago entonces.
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Publicado originalmente el 23-04-2010
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