miércoles, 8 de enero de 2020

Diario de Viaje: Monsanto da Beira (Diciembre de 2018)

El nombre solo me sonaba por la malhadada compañía pero es cierto que se merece el título del pueblo más portugués de Portugal.

En vez de ir por la carretera fuimos por un camino secundario que atravesaba zonas verdes y bosquecillos, donde una pequeña iglesia de piedra hacía de alto del camino. Como en invierno anochece bastante temprano en Portugal había que apretar el paso y no demorarse mucho. Dicho y hecho, entrando con el sol bajo por las Portas de Santo António. Todo muy silencioso, todo muy atenuado por el frío del monte y rodeados por unas vistas hermosas, como que este monte dominaba una vasta región de montes menores y llanuras. La cima estaba ocupada por los restos del castillo al cual no pudimos subir por falta de tiempo.

Cerca de las puertas está el cementerio del lugar y justo al lado había como un claro donde había multitud de muñecos, incluso una muñeca de mediana estatura atada, como si estuviese crucificada. La verdad que entre tanto silencio daba un poco de repelús y nos preguntamos quién pudo crear tal atracción tan macabra. Unos cuantos pasos más y nos adentramos en el pueblo en sí, todo de piedra, con musgos y algunas plantas intentando seguir creciendo entre los resquicios del suelo. Y cruces de granito, cruces por todos lados, tanto que incluso llegaban a pasar desapercibidas por el alto número.

Llegamos a tiempo para ver la iluminación de la Torre de Lucano, con su característico reloj. Está justo al lado de la Igreja da Misericordia con algunos detalles navideños. Mucha cuesta, mucho recoveco y poca gente que se atrevía a saludar. Era como un encuentro fantasmagórico, como una localidad maldita que aparece en los relatos lovecraftianos. Me encantó el lugar.

La orografía del lugar (encuentras grandes rocas entre las casas como si hubiesen sido integradas lo más tranquilamente posible) y las vistas son espectaculares y merece mucho la pena seguir recorriendo la zona. Unas vueltas más y pasando por la Igreja de São Salvador para volver a bajar, esta vez sí, por la carretera principal. Bastante bonito, pues había cierta iluminación desde el suelo y se destacaban algunas pequeñas ermitas y rocas-santuario. Una experiencia excepcional, con ganas de más, la verdad.

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