domingo, 5 de enero de 2020

Diario de Viaje: Relva en Monsanto (Diciembre de 2018)

Con ganas de pasar fin de año en Portugal, un país hermoso e interesante que por desgracia pasa desapercibido para el español medio. Está tan cerca y no se repara en él. Cuando uno está afuera tiene ganas de volver y visitar lo cercano, lo que se daba por sabido. Y esa es la tradición que quiero generar, pasar Nocheviejas descubriendo Portugal.

Esta vez tocó cerca de la frontera, así que mucho coche y un par de equivocaciones para meternos por una carretera secundaria medio olvidada que lleva a un pequeño puente que hace de frontera. No sé por qué todo el mundo habla maravillas del roaming pero la señal se perdió más pronto que tarde aunque la buena memoria y las pocas señales de tráfico que hay ayudan bastante.

Lo malo es que no sé portugués y la casa de campo que teníamos reservada estaba cerrada y sin posibilidad de llamar a la casera. Pero bueno, con un poco de esfuerzo se logró. ¡Qué vistas de los montes, por favor! Es un paraje bien tranquilo y con poco bullicio y motivaba relajarse. El barrio, o aldea pues no ando muy puesto en las divisiones administrativas portuguesas, era pequeño y con muchas casas apiñadas sobre una carretera. Bloques de piedra bien macizos, con leña cerca para pasar los duros días invernales, por aquí y por allá las paredes salpicadas de musgos y con una humedad que hacía reverdecer todos los bosques que había a las afueras. Me impresionaron también que casi en cada rincón había una cruz granítica decorando el lugar, como si intentasen alejar malos espíritus o vaya tú a saber que antigua tradición.

Había algo de decoración navideña en las iglesias, sumidas en calles empedradas y con un silencio beatífico, era como mirar por un agujero cómo se vivía en la Edad Media. Daba para sentarse en la plaza del pueblo (con ramas apiñadas para una fogata de Año Nuevo, quizás) y mirar el paisaje boscoso y montañoso mientras se rumia con antiguas leyendas locales.

Para comer había un restaurante cuya especialidad era el bacalao. Comimos como dioses, pues las raciones eran abunantes y muy ricas. Después un pequeño paseo bajo un cielo completamente estrellado para agradecer la existencia de estos parajes naturales.

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