En estas últimas semanas en Argentina se ha puesto de moda debatir si es o no necesario volver a aplicar la pena de muerte. Según las encuestas un 40% de la población está a favor y seguramente esto es debido a las opiniones de los famosos ricachones de la tele.
En primer lugar deseo criticar a esta gente que se llama democrática y que está orgullosa de tener gran historia democrática, porque a la hora de la verdad parece que se le olvidan la aplicación de los Derechos Humanos. En todo momento hay que ser (o intentar ser, mejor dicho) coherente. Aunque haya ganas y deseos de matar cruelmente es necesario evitar aplicar esta pena capital. No es posible rebajarnos al nivel de los malhechores porque de ser así nada nos separaría de ser ellos.
Lo que ocurre, y es perfectamente plausible, es que entren en conflicto dos corrientes de opinión en uno mismo. Es normal, está en nuestra naturaleza. Una es la parte animal, el conjunto de células y gestos que han hecho a nuestra especie sobrevivir tanto tiempo y ante tantas adversidades. Si hay un elemento díscolo se tiende a usar la fuerza y a apartarlo de la manada y si se puede eliminar para evitar problemas pues se mata. La otra parte es la social, donde los humanos nos hemos vuelto sedentarios y hemos creado reglas para convivir. Si ahora hay un elemento díscolo se le aparta del resto y se intenta reinsertar con los problemas que tenía subsanados. Y si queremos seguir siendo un animal social debemos cumplir todas las reglas, nos guste o no, y mucho menos hacer excepciones con las vidas de los demás. Que si queremos matar pues volvamos a la tribu, pero de manera permanente. Quizás, o no, la cosa mejoraría al dejar de ser sociedad. No tengo la respuesta a esa pregunta.
Un elemento a considerar es que hay que transformar la manera de pensar. Es difícil ya sea por nuestras reticencias o por la clase dirigente que necesita el miedo para aborregarnos. Hay que educar a la gente a valorar la vida. Es necesario enseñárselo a todos para comprender así que salir a delinquir y matar para que no te delaten es algo execrable. Una reeducación desde las bases. Difícil, sí, pero posible.
También es necesario considerar que la justicia debe ser más dura y coherente de lo que viene siendo hoy en día. No me es válido que se imponga la misma pena a unos chavales que roban una pizza que al ex-alcalde de Marbella que ha robado varias decenas de millones de euros (los cuales no ha devuelto y gracias a que se decía que iba a suicidarse o estaba muy enfermito lo sacan de la cárcel con una palmadita a la espalda). Eso hace que la gente vea que la justicia no es imparcial y los ricos están exentos de ella. Otro punto es el cumplimiento íntegro de las penas, para que no pase lo del terrorista De Juana Chaos, que le han salido menos de un año de cárcel por víctima; o que cualquier chorizo robe a alguien y lo detengan pero a las seis horas esté ya fuera. La justicia debe ver que una pizza y 30 millones de € no es lo mismo (aunque sean los dos delitos) o que cualquier criminal le salgra gratis hacer sus fechorías.
También las cárceles deben cumplir su misión. Ahora pasan por centros de reclusión, los apartas y los juntas y se vuelven aún peores. Lo que se propuso en la Constitución debe hacerse inmediatamente: que sean centros de reeducación, para una buena reinserción social.
Pero, ¿será todo esto posible? ¿La clase dirigente lo quiere? No creo, parece que sólo vivo de bonitas ideas y anhelos imposibles. Como dijo una vez mi padre la política es el arte de engañar al pueblo y que ser político es la única profesión que no necesita estudios (tener inquietudes políticas está bien que las tengamos todos, pero de ahí a que por seguir los pasos del mandamás del partido poder ser ministro de lo que sea y poder pasar de un ministerio a otro es eso ya otro cantar).
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Publicado originalmente el 26-03-2009
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