Ya en noviembre, algo tarde para la época del año, fuimos a este hermoso pueblo. Las restricciones madrileñas de zonas básicas sanitarias se relajaron en cierta medida y aprovechamos para visitar los castañares de la zona.
Sin embargo, parece que tuvimos la misma feliz idea que casi toda la Comunidad de Madrid, pues aparcar no fue tarea fácil y había gente por todos lados. El paisaje era hermoso pero siempre te encontrabas con una familia o con jóvenes que gritaban y así no podías relajarte admirando las montañas de dorados colores. En el primer momento fuimos hacia el sur y paseamos por un pequeño castañar ya algo pelado pero al menos podías admirar el contraste de tonalidades. Un poco más el campo raleaba y tenías unas muy buenas vistas, ideales para comer un bocadillo mientras te recreabas en ellas.
En un intento de evitar lo más posible a la gente hicimos un buen rodeo y por una vía pecuaria llegamos a la carretera para retornar a pie hacia el núcleo urbano. Desde ahí, hicimos el sendero típico que te acerca al seminario, enclavado en el el valle y que termina en un coqueto embalse. Desgraciadamente, no pudimos caminar mucho por la alta densidad de gente pero al menos pudimos observar los castañares en su esplendor otoñal.