sábado, 31 de julio de 2021

Peajes polémicos

 El final de la pandemia está trayendo una polémica por semana. Y a veces más. Creo que se nota mucho cómo estamos todos muy quemados y que la crispación está bien elevada, la misma que se gestaba ya desde hace años. Y ahora estamos en una atmósfera invivible que ojalá pronto se disipe. Por el bien de todos.

Es evidente que la pandemia, el confinamiento, las vacunas, han generado una deuda enorme y que el déficit, que ya era galopante, ahora es estratosférico. Europa ya no es tan dadivosa, tantos años entregando dinero a raudales y poca retribución. O conocimiento de cómo se invierte ese dinero, que parece a fondo perdido. Sí, ahora los jueces de la moral son los países del norte, queriendo abrir brecha con los del sur y tratándonos de desaliñados a la vez que intentan tapar sus miserias de una manera poco honrosa (hola, Países Bajos).

Todo esto es el reflejo del problema puntual, seguramente un globo sonda del Gobierno para ver la aceptación de la idea. Hay que recortar gastos, hay que justificar las inversiones europeas. Y esta vez le tocó a un tema que hacía tiempo que se había puesto en la parrilla: los peajes. Ya se habla del tema cuando la concesión de una autopista de peaje termina y se convierte un pública, a cargo del Estado. O del estado de las carreteras en general. O de vez en cuando se mira hacia Portugal y se dan inicio a ciertos conatos de decir que van a tener ventajas. La respuesta siempre era la misma: España es un gran país porque mis impuestos van para carreteras y hospitales. Sea tan así, o no, es cierto que los impuestos tienen que tener clara vocación social, que parte de mi dinero sirva para el resto de la sociedad. El lema de si no lo uso para qué lo pago puede tener consecuencias muy perversas. O te puede ir volviendo al estilo karma en una situación jodida que necesites un carísimo tratamiento médico y que sea completamente sufragado por la sanidad pública.

Esta vez intentaron colar los peajes con la cosa que no, que los impuestos no van para esto, o no son suficientes. Y mira el resto de Estados europeos con sus autovías de peaje a tutiplén. A ver, señores políticos, no puede ser que hagas loas a los impuestos y a las carreteras españolas cuando cuatro egoístas youtubers deciden irse fraudulentamente a Andorra por su laxa política fiscal y a las semanas decir que las carreteras son muy caras y que los impuestos no bastan. O una versión, o la otra. Aunque lo peor no son los políticos, sino los votantes que más que votantes hacen de hooligans y regurgitan cada día una de las dos versiones. En menos de dos meses no puedes cambiar de opinión de manera tan radical, por favor. Está bien que todos nos tragamos sapos de nuestra cuerda política, pero hay sapos que son ya demasiado grandes.

Puedo llegar a entender que la crisis ha dejado las arcas públicas peor de lo que estaban y que tocaría apretarse el cinturón. O que se les cobre a las empresas de transporte que necesitan usar la red viaria para su labor y que la gente que se desplace al trabajo no sea penalizada. Ok, lo entiendo. Incluso que nos hagan pagar durante cierto periodo de tiempo. Pero tengo la seguridad eterna que cualquiera de estos bondadosos y solidarios casos no se van a dar: empezará como un escenario u otro pero al final se hará permanente y para todos. Así, a lo bestia.

¿Qué conseguirían con tal medida? Pues que la gente para ahorrar empezará a coger la red de carreteras secundarias. Sí, esas mismas que se llevan el 90% de accidentes mortales, esas mismas que atraviesan pueblos sin pudor. Las autovías entonces serán para los ricos o para los que no tengan otra opción. ¿Resultado? Poca recaudación y mayor siniestralidad. Evidentemente, algún ministro se dio cuenta de esto y graznó que los peajes (en modo electrónico, al estilo portugués) irían también en las carreteras secundarias. Aquí se va a cobrar por todo para que nadie sea más listo que yo, vamos.

Y no, no son recaudaciones para mantener las propias carreteras. Ojalá lo fueran. Porque para que fuese un impuesto bien dirigido debería existir una alternativa sólida y confiable: una buena red de transporte público, regular, eficiente y que conecte en mayor o menor tiempo a cada rincón del país. Pero no, hay pueblos que están olvidados por las empresas de autobuses. La red ferroviaria está desarticulada completamente, incluso para mercancías y la de alta velocidad es tan radial que a veces parece chiste. Extremadura es el ejemplo paradigmático.

Evidentemente, viendo el inmenso rechazo popular, pronto dieron marcha atrás. Pero lo volverán a intentar, independientemente del color político que ocupe en ese momento el Palacio de la Moncloa. Se cuesta mucho ganar un derecho, y ese mismo derecho es muy fácil de ser eliminado. Hay que estar vigilantes. Y, como conclusión, que sea España el único país del entorno con red de carreteras impresionante y gratuita no debe verse como anomalía y defecto ante los países vecinos, sino como ejemplo y orgullo de país, con una política que debería ser envidiada e imitada por esos mismos países vecinos.

martes, 13 de julio de 2021

Desgranando el pensamiento de Blas Infante (I): el Ideal

A día de hoy, en un mundo donde la crispación y la polarización política es la nota general, donde la crisis económica y sanitaria pega con fuerza, resurgen unos valores que estuvieron dormidos algunas décadas: los valores del andalucismo. Ya se habla de una tercera oleada de andalucismo (la primera es la histórica de inicios del siglo XX y la segunda es la que arropó la gestación e impacto del Partido Andalucista en los albores de la Transición) y, si bien la defunción del PA en 2019 parecía la puntilla final al andalucismo, este se ha transfigurado de mil maneras más enfocadas en el plano cultural que en otro: Antonio Manuel Rodríguez, Pastora Filigrana, Javier Aroca, Manu Sánchez y la banda Califato ¾ son unos pocos pero muy ilustrativos ejemplos de andaluces que quieren reflexionar sobre qué significa Andalucía y ser andaluz. En esta época tan turbulenta parece que siempre toca frenar un poco y pensarse uno mismo hacia dentro. Es verdad que también existen formaciones políticas andalucistas que van desde las rocambolescas ideas de Pedro Altamirano con sus Países Andaluces (que abarcarían desde el Algarve y Alentejo portugueses hasta el sur de Alicante, pasando por el Rif marroquí) hasta la nueva formación de Teresa Rodríguez de resonancias anticapitalistas o la formación, de vocación también municipalista, AxSí de Modesto González

Para esta entrada me gustaría alentar a toda persona que resida en Andalucía (y también a andaluces que viven fuera) que participen en esa reflexión interior sobre sus raíces culturales, históricas e idiosincráticas. Qué mejor manera que abordando la figura de Blas Infante y su amplia obra. En un humilde intento de difundir las ideas que dieron estructura a la Andalucía en la que vivimos hoy me enfocaré en varias entregas en su obra fundamental publicada en 1915: el Ideal Andaluz. Cierto que Infante, con el paso de los años cambiaría algunos de sus postulados y defendería cosas diferentes a las que defendió en un principio pero me parece interesante comentar su obra más emblemática y de la que más se ha bebido en la cultura andaluza actual. Ya lo dijo Blas Infante a los ateneístas justo antes de presentar esta obra "Este es el problema: Andalucía necesita una dirección espiritual, una orientación política, un remedio económico, un plan cultural y una fuerza que apostolice y salve" Evidentemente, recomiendo su lectura para evitar mi sesgo y que cada uno se empape y evalúe con sus criterios pero espero que estos comentarios le sean de utilidad o acicate para acercarse a la obra del gran pensador que fue Blas Infante.

La primera sección que inicia el libro se titula, y con razón, El Ideal. Es la parte más filosófica y compleja de la obra y sirve de base para generar una hoja de ruta por todo el libro, incluso cuando se pone más político usa como referencia esta sección, como buen hilo conductor. Para Blas Infante la vida es un proceso continuo que tiende hacia la perfección absoluta, a la trascendencia en la eternidad. Es el impulso natural de todos los seres vivos y mediante la lucha por la vida el Universo gestiona la soberana armonía que rige todo. Si bien la perfección absoluta es una meta, una estrella que guía, en el corto plazo la vida intenta conservar todo logro que consigue y en este punto el ser humano va con ventaja, pues al usar la razón y la inteligencia comprende este impulso natural de la vida. Es el raciocinio el que se opone a alcanzar el objetivo de la eternidad mediante el temor, sino que elige como herramienta la libertad y el amor. Solo con el amor a uno mismo, a sus congéneres y a la vida que le rodea se puede avanzar en el gran objetivo.

Eso sí, todo el plan, todo el camino a recorrer, no es diáfano. Es verdad, el futuro nadie lo conoce y solo podemos ver un pequeño trecho del camino vital que recorremos y lo más seguro es que no nos dará tiempo de alcanzar la perfección absoluta, así que la lucha vital por esta perfección la sentimos como un destino, un viaje de depuración y perfeccionamiento. Por tanto, Infante concluye que el ideal humano es algo diferente a la eternidad y a la lucha por la vida, pues es mediato y va consiguiendo logros poco a poco de manera concreta. Entonces, ese Ideal de perfección, esa sensación de destino es la que se erige en guía y acicate para no dormirse en la complacencia y seguir ese oculto pero seguro camino. 

Infante termina explicando que el mal, la muerte, el dolor, existen como experiencias vivificadoras. No podemos dormirnos en los laureles y estas oscuras acechanzas están ahí para recordarlo. También, por lo efímero de la vida humana y del largo recorrido hasta la perfección se explica la existencia de la Ciencia, del Arte, de la Moral: son caminos que intentan acercar a todos los mortales una velada imagen de la meta última, de la belleza de la perfección. "Transformar la Tierra en Cielo, que es llevar, al Cielo, la Tierra" llega a decir Infante en relación a esto, poniendo como ejemplo la vida de Jesucristo. Y que existan estas ramas del conocimiento lleva a colación que por individualidades la tarea de llegar a la perfección absoluta sería imposible, así que lo óptimo es que sea una tarea en conjunto, un trabajo colaborativo. El pueblo toma así forma en el ideario de Blas Infante, un acto colectivo de progreso mediante las herramientas que son la ciencia, el arte y la moral.

La unión de individuos genera una conciencia colectiva, un sentimiento de pueblo, de historia y destino común: un ideal de nación. Si entre individuos ha de haber un sano pugilato para hacer triunfar la personalidad de cada uno y poder influenciar de la mejor manera entre personas, las naciones han de actuar igual: no con guerra, sino con el poder de la razón y el ejemplo. España, para Blas Infante, es una nación que no está dando ejemplo, que no lidera el carro de la modernización ni del avance de la sociedad. Pero no lo dice como crítica, sino como lamento, ya que en el avance de la sociedad echa en falta el punto de vista español. Echa en falta el ideal caballeresco, que es el alma del idealismo; los siglos de guerra han provocado que se luche de manera innata por conservar el bien que se consiguió con mucho esfuezo y todos los logros pasados no deben caer en el olvido, sino generar una virtud de grandeza, que es lo que están necesitando y reclamando las naciones hermanas de España. Abnegación y justicia que combata por el amor y una fe inagotable en ayudar, no para estar en contra de nadie.

Para ello, España debe enfocarse en volver al lugar que le correspondía entre las naciones e iniciar un pugilato con fuerza cultural moral y física, es decir, la fuerza de la civilización que es capaz de eliminar obstáculos históricos sin usar la fuerza bruta. Infante llama a esto "europeizar España", elevar el nivel del país, igualarse en intensidad (no en cualidad) ante las primeras potencias, llegar a un punto en que el resto de naciones quieran adaptar los postulados, avances y valores de España. Eso sí, hay que imitar los elementos comunes, usarlos de marco referencial, no plagiar cualquier cosa. Solo así se podrán llevar a cabo creaciones originales, pues no se pueden ignorar o anular los dones que dio la naturaleza y la historia al genio español. Por consiguiente, Infante está en contra de la colonización cultural, de renegar de nuestros puntos positivos para simplemente emular cualquier cosa que venga de fuera.

Pero para que España sea fuerte, han de serlo sus componentes: individuos, familias, municipios y regiones. En el total han de estar todos los matices de las partes y actuar de manera recíproca y complementaria. Si esto se impide, las partes llegarían a ser homogéneas e indistinguibles, no generando ningún nuevo factor que fuese de provecho para el conjunto. Evidentemente, las partes han de converger hacia un fin común que, en última instancia, repercuta en favor de toda la humanidad. Por tanto, es obligatorio que cada nación se subdivida en regiones en función de elementos comunes y afines, no solo por el bien, en este caso, de España, sino también por el bien de todos sus ciudadanos. Infante dice, acertadamente, que el alma española es solo la suma convergente de las energías regionales. Solo regiones fuertes en una sana competencia pueden dar buenos frutos para el conjunto español. O sea, la mejora como país ha de ser un proceso de abajo hasta arriba.

"Vivir, por sí, para España" ha de ser el límite de cada región, pues Infante postula que una región que quisiera convertirse en nación (en territorio independiente) pronto languidecería, pues la individualidad asilada tiende a la homogeneidad. Quedar fuera del grupo de regiones que componen las naciones en función de la geografía, de la historia y de la psicología solo puede ser algo transitorio al no tener reciprocidad y que mandato imperante internacional lucharía en contra de este evento. Es por ello que Infante se entristece en ver la división entre Portugal y España, pues cree con fuerza que la familia ibérica ha de estar unida para evitar quedar a la sombra de otras potencias que, de seguro, las explotarán.

Y habla de regiones de manera genérica porque no está en contra de llamarlas naciones (siempre y cuando entonces España sea considerada supernación). ¿Y si en el pasado uno de los reinos que llegarían a conformar España hubiese tomado otro camino y se hubiera independizado fructíferamente desde entonces? Blas Infante no descarta que en ese caso sí se hubiesen generado regiones en el territorio separado y que posiblemente sería un Estado viable y que los caminos se habrían bifurcado de manera independiente. Pero esto tuvo que haber sucedido ya hace siglos porque el proceso de unificación española no puede ser revertido en la actualidad: el aumento de complejidad traído desde la creación del Estado indica evolución y apelar a antiguos hechos no sirve como razón de peso para el separatismo el día de hoy. Y en ese mismo día de hoy las ricas y diversas historias que configuran cada región quedan circundadas en la Historia de España, puesto que en cada territorio han existido grandes personajes con ideales muy similares: desde el Cid Campeador y Gonzalo de Córdoba en la Corona de Castilla hasta Pedro III y los almogávares en la Corona de Aragón. Tan claras y poderosas afinidades, en especial el ideal católico, hablan de la obligada unidad de España a pesar de la diversidad de sus componentes.

En la actualidad (recordemos que Blas Infante escribe en el primer tercio del siglo XX, en plena I Guerra Mundial) España ha quedado muy relegada con respecto al resto de potencias vecinas pero ese glorioso pasado que ostenta tiene que servir para otra cosa diferente al ensimismamiento por los hechos pasados, es prueba de que si una vez se consiguió puede volver a suceder, los ideales siguen intactos y solo falta la fe en ellos. No hay que destruir lo poco que queda, sino reconstruir el resto. Una comunidad, con una historia común y debatiéndose en un medio geográfico identificado hacen brotar el alma española. Infante se lamenta que esta alma no sea ibérica, pues reprueba el tutelaje inglés a Portugal, ya que al renegar del hogar común, de la tradición y de la sangre hace que el destino que tenían nuestros hermanos lusos quede truncado por instrumentos de castigo personificados en potencias coloniales. Esto lo usa como criterio ejemplificador para las regiones con ansias separatistas, advirtiendo que Reino Unido y Francia siempre aprovechan estas veleidades para tomar el control de las regiones descarriadas: «En España, pues, solo regiones, hay. Solo regiones puede haber», concluye. Y la misión de cada región ha de ser el fortalecimiento nacional porque, evidentemente, cada elemento (incluso desde el individuo) ha de luchar por el bien común, por el ideal inmediatamente superior, que es lo que marca la senda para llegar a alcanzar el Ideal Humano. Para cumplir tal aspiración cada región debe robustecer lo que la hace única y diferente y elevarse en función de sus características e idiosincrasia. Al hacerlo así cada región contrastará cada una con las demás e intentará de manera natural que el alma de la nación quede impregnada de su matiz regional característico. Solo así el país entero podrá progresar mediante fuerzas físicas, morales y sociológicas. Cada región vencerá durante cierto tiempo (no hay victorias definitivas) y dará un aura característica al país, será la región más española al poner en lo más alto el nombre de España.

Por supuesto, Andalucía ha de ser una de esas regiones, no como realidad sustantiva e independiente, sino como parte integrante de España. Ha de luchar por ser la región que imponga de manera pacífica y fructífera su criterio y matices característicos en la patria. Blas Infante confía en que el liderazgo moral andaluz es esencial para que España resurja de sus cenizas y vuelva a lo más alto del panorama internacional y que España pueda ayudar en el progreso humano. Pero antes de esto, Blas Infante se detiene para iniciar la siguiente sección del libro porque es necesario, antes de que Andalucía entre en el pugilato, indagar algunas cuestiones vitales. ¿Existe Andalucía? ¿Cuál es el genio andaluz? ¿Es Andalucía incapaz de lograr alzarse? ¿Cuáles son las trabas que no permiten el despegue andaluz?

jueves, 8 de julio de 2021

Diario de Viaje: Hinojosa de San Vicente (Junio de 2020)

 Ya empezaba a apretar el calor veraniego y había que aprovechar estos últimos momentos para poder caminar con seguridad en senderos sin sombra. Por las mañanas aún hacía fresco y entonces nos apuramos en volver a nuestra querida Sierra de San Vicente.

Hinojosa queda como apuntando hacia Talavera y es un pueblo pequeño, con calles desordenadas y muchos coches aparcados por aquí y por allá. Las viejas casas de tonalidad marrón le daban un aire bastante serrano y la iglesia de la Concepción gustaba bastante. Ataviados con la mascarilla pudimos salir por un lado del pueblo y pararnos en una morera a hartarnos de dulces moras. La caminata era en parte en ascenso y bordea el cerro donde llegas a avistar las ruinas del castillo de San Vicente. Algo de sombra había y la vegetación del lugar me gusta mucho. Llegas a ver el gigante valle del Tajo y ahí al sur, en la lejanía y con tonos muy azulados, ves el muro que generan los Montes de Toledo. A pesar de que nuestro objetivo era llegar a un embalse cercano, la dureza del sol hizo que mejor diésemos media vuelta hacia el pueblo.

De vuelta al pueblo llegamos a la plaza del ayuntamiento, rodeada de unas esculturas que son aperos de ganadería o labranza: piedras, metal, herramientas que recuerdan los tiempos agrícolas antiquísimos de la fundación del lugar. En un bar pudimos refrescarnos y ponernos rumbo a la casa para almorzar.

domingo, 4 de julio de 2021

Diario de Viaje: Ciempozuelos (Junio de 2020)

 Seguidilla de visitas tras el primer estado de alarma. Teníamos aún intención de ir viendo lugares de Madrid donde poder mudarnos con conexiones a la capital más o menos rápidas. Le tocó ese domingo a Ciempozuelos, que no es muy grande pero tampoco muy chico, un tamaño que me parece ideal pero que en su contra tiene un cercanías con una frecuencia un tanto alargada y que ya me pillaba a traspiés del trabajo. Aunque no era mal sitio.

Mañana calurosa y tras dejar el coche cerca de la estación fuimos hasta el amplio parque que queda en frente de la Universidad de Comillas. En ese sitio sí se podía pasear y había lugares con buena sombra. Un poco de paseo más nos llevó hasta la parte con más callejeo y recovecos, mucha mezcla cultural que anuncia que se pueden generar sinergias interesantes. Esculturas, iglesias pequeñas y bonitas y la plaza cuadrada amplia que contiene al ayuntamiento en esa disposición tan típica de esta parte central del país.

Recorrimos un largo rato el centro y viendo que era de casitas y que quizás alquilar ahí se iba a complicar nos dirigimos hacia el norte, aunque nos tocó ver zona de chalés: bastante buenos pero no nos alcanza con los sueldos. Ya de ahí volvimos por otro lado hacia el centro y encontramos una tienda de croquetas que nos comentó que abrieron la semana en la que empezó el confinamiento y que todos sus planes habían ido al traste y que ahora volvían a empezar pero sin el colchón económico que tenían como seguro. Esta pandemia ha hecho mucho daño al pequeño empresario y creo que a día de hoy sigue siendo buena idea comprar en el comercio local.

Diario de Viaje: Peñafiel (Febrero de 2023)

 Pues casi sin reponernos del viaje navideño a Portugal tocó otro gran viaje. Mi mujer tuvo que ir a un curso a Santander y yo hacía décadas...