domingo, 3 de mayo de 2015

Temores ante una nueva entrega de la saga

A semanas de que se estrene Mad Max: Fury Road, la cuarta de la saga, me salen algunas inquietudes. Está bien que parece ser una película entre la primera y la segunda... o algo por el estilo, pero creo que van a romper el mito que era Mad Max, el núcleo de las películas actuales postapocalípticas.

Las peripecias de Max Rockatansky me han marcado mucho desde que las vi en mi infancia. Un mundo que podría pasar y una pérdida irreparable de conocimiento y progreso. Es más, la actitud de los supervivientes no me parecía nada extraña: la maldad humana y la mezquindad podrían campar a sus anchas sin ninguna complicación.

No es que una cuarta entrega a la fuerza tenga que joderte todo (como la reciente de Indiana Jones), pero el arco narrativo de Mad Max cubría todo sin problemas, no había hueco. Ciudades, carreteras, desierto, cada vez menos del pasado; Max Rockatansky, Max, él, cada vez más olvidada tu vida anterior. La saga poco a poco adivinaba el colapso de la civilización, azotada por una guerra nuclear entre naciones por el control del escaso petróleo. Una guerra finalizada por el mismo motivo de su inicio: escasez de combustible. Y mientras los gobiernos deliberaban sobre cómo solventar esto y salir del pozo que ellos mismos habían cavado, la sociedad dejó de creer y actuar según un Estado. Cada uno vivía como le parecía, en paz, en el pueblo, saqueando, como el malvado Cortauñas. Unos pocos intentaban mantener las estructuras estatales, quizás para no volverse locos (mientras los mandamases creían aún en su ficción, que mandaban).

Con los años ni siquiera los que creían en los Estados y la organización jurídico-administrativa aguantaron, se abandonaron ciudades y pueblos, los señores de la guerra eran ya la única ley. Si dominabas un ridículo pozo de extracción eras una autoridad y podías imponer tu ley. Ya nadie se acordaba de en qué provincia o región vivían o cuál era su país. Es más, ¿había otros? Nadie iba a gastar energía en comunicarse con alguien que quizás estuviera muerto por la radiación, o estaba más preocupado en alimentarse que en hablar. Tu lugar era el pozo o la región de algún señor de la guerra. Recordemos al militar rebautizado como Humungus, deformado en la guerra. Pasar a la historia era masacrar a tus vecinos y conseguir petróleo para un año.

Pero aún así todo esto se disolvió. La humanidad empezó a confiar otra vez en sí misma. Precariamente, pero era confianza. Olvidó o reformó el pasado de la humanidad, lo mitificó y buscó cómo crear una nueva sociedad. Quizás no mejor que la anterior, quizás no peor, pero diferente. Ya ni siquiera quedaban carreteras, último vestigio de la antigua civilización. Las destruidas ciudades poco a poco se repoblaban y las leyes volvían a funcionar. Crueles y arbitrarias, pero leyes al fin. Tía Ama funda una nueva ciudad, Negociudad. La gente comienza a congregarse de nuevo, un nuevo comienzo. ¿La nueva fuente de energía? El metano liberado por los excrementos de cerdo. Una civilización que nace entre el fuego y el fango y que con el paso de los siglos dará un nuevo esplendor, una nueva civilización que cree en mitos de cómo terminaron las generaciones anteriores, una nueva religión.

Visto así, me pregunto en qué aportará y de qué modo la nueva entrega de Mad Max. Para mí, el ciclo ya se había cerrado. Que el afán recaudatorio no ataque a este clásico.

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