De estas cosas que estás en Ecuador y te invitan, más bien te obligan, a acudir a una cena con todos tus compañeros de trabajo. La verdad es que en este última etapa he tenido excelentes compañeros a la par que compañeros completamente repudiables.
Esta cena de hermanamiento se hacía en honor a algún invitado y como pudimos fuimos en furgonetas amontonados. En uno de esos miles de desvíos que pueblan Ecuador y que atraviesan carreteras recién terminadas o pavimento de tierra (nunca sabrás qué te vas a encontrar) llegamos a unas casitas pequeñas y bastante bonitas. En uno de los desvíos nos dejaron en una enorme hacienda, donde parecía que solo podían habitarla los exploradores más avezados y los de ingentes ingresos.
Se comió bastante bien, la verdad. Hubo algo de música improvisada por compañeros guitarristas y juegos al estilo de Tabú donde tenías que explicar a alguien famoso pero sin mencionarlo. Un consejo, compitan contra japoneses, pues entre las risas y ademanes que se pegan pensando cómo hacer el tiempo se les agota.
Después, lo típico. La fiesta terminó y medio nos abandonaron. Ya es larga costumbre esto, así que armarse de valor e idear un plan de vuelta porque no tienes oportunidad de volver en grupo.
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