martes, 4 de junio de 2019

La sociedad del "zasca"

Casi todos hemos abrazado esta divertida situación. Unas declaraciones que sabemos que son contradictorias o simplemente falsas y ¡zas! un comentario ingenioso que le deja en evidencia. ¡Toma ahí! ¡Así se hace!

Nos parece divertido, nos parece ingenioso, nos parece una buena ténica para cerrar bocas y declaraciones trasnochadas. Pero, ay, la cosa se tuerce cuando nos hacen a nosotros un "zasca" o cuando se lo hacen a alguien que estaba diciendo algo con lo que comulgábamos. Ahí nos escuece, ahí decimos que no, que los "zascas" son para los retrógrados y fascistas. Pero bueno, el don de la palabra la tenemos todos y cada uno es libre de usar herramientas que están a disposición de todos. Solo nos queda tragar saliva y ver cómo solventar la situación.

Pero vayamos más profundo. El "zasca" es algo intempestivo, soltado de sopetón, que intenta ahondar en un punto flaco de nuestro argumento. Pero lo más seguro es que el "zasca" contenga varias falacias lo que hace, tras la sonatina y los aplausos, que la réplica no sea válida. O sea, el comentario que consideramos trasnochado es el triunfante (según los estándares de la lógica, dialéctica, oratoria, claro). Todo argumento tautológico o falaz no sirve para desmontar ningún argumento contrario. Deberíamos saberlo, deberían habernos enseñado eso. Y a debatir.

Porque en el fondo es eso, en esta sociedad vertiginosa y estimulante no valen respuestas pausadas, sosegadas, largas o argumentadas. Necesitamos algo rápido, algo vistoso, algo que truene y que nos llame la atención durante medio minuto para pasar a otra cosa. Como ejemplo, las redes sociales cada vez son más visuales, más efectistas, más rápidas y de colores. Ya no se llevan los textos farragosos, ya no se lleva el escribir párrafos y párrafos. Los blogs (por no decir los libros o los ensayos) quedaron muy atrás. Y eso es una pena.

Seguro que antes las cosas, dentro de lo que cabe, eran más razonadas, más lentas, más pensadas. Y eso, esa esencia, es lo mejor. Lo que deberíamos recuperar. ¿Por qué? Porque cuando sueltas una estridencia para callar a tu oponente dialéctico lo que estás haciendo es que se cierre, que evite seguir argumentando. Lo que quieres es callarlo, no convencerlo. En el mejor de los casos se cerrará en su crisálida y seguirá pensando lo mismo que siempre. En el peor de los casos iniciará una cascada dialéctica con argumentos cada vez más personales y marrulleros. Y tú responderás igual. Y al final solo va a quedar un campo para descalificaciones e insultos. Y todo va a seguir igual.

Si el objetivo de debatir es intentar que el otro vea tu punto de vista, si es exponer tus opiniones para que compruebes qué tan sólidas son, no vamos a ningún lado con los "zascas" (esos valdrían, como mucho, para gente que se niega bajo todo concepto a debatir, e incluso a escuchar). Lo siento, pero no. Ya se echan de menos esos debates que atisbaba de pequeño de gente respetando turnos de palabra, conocedores de su campo y argumentadores y contraargumentadores de alta calidad. Ahora hay gente experta en todo (nótese la ironía) que te hablan de economía caucásica como de motociclismo andino en dos minutos seguidos, ahora queda el grito, los aspavientos, lo visual, lo impactante.

Al debatir argumentadamente, de manera sosegada, habiéndose preparado un tema, ayuda mucho. No solo a uno al estudiar y aclarar cosas necesarias para expresar sólidamente tus puntos de vista sino viendo qué flaquezas tienen tus convicciones por las argumentaciones del otro. Creas conocimiento, en ese momento para responder o después para intentar cerrar ese "ataque" dialéctico. O incluso puedes decir que te han convencido, que sus argumentos han sido de peso y te parece más coherente lo que defiende a lo que defendías. No es delito dejar de ser un monolito. De hecho, siempre estamos cambiando de pareceres o puntos de vista. Quizás no en todo, pero sí en muchos puntos de manera inconsciente. Pero bueno, el aprendizaje continuo, la maduración personal ya no interesa mucho.

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