domingo, 9 de febrero de 2014

¿Y si en verdad no falla la Constitución de 1978?

Pues sí, treinta y cinco años que ha cumplido la Constitución. No es que sea mucho para una constitución de algún país que siempre usamos de referente, pero para España es una cantidad de años nada desdeñable. Sí, aún le quedan unos cuantos más para superar a la de 1876 (la cual estuvo vigente hasta su anulación en 1923 tras el golpe de Primo de Rivera). La nuestra, la de 1978, fue el primer texto de índole jurídica, al contrario que las anteriores. Y lo más importante de todo, a pesar de algunos descalabros, desavenencias y las presiones militares, contó con un amplio consenso por parte de los partidos políticos que configuraron dicha Legislatura Constituyente.

Las constituciones han de hacerse con miras al futuro. Sí, su misión principal es conseguir convivencia en el momento presente, pero tienen que poseer cierta flexibilidad y miras a momentos posteriores para que sirvan y sean eficaces. No hay niñería (o incomprensión sobre los procesos democráticos) más grande que quejarse de una Carta Magna a la cual no se votó. Pobres los estadounidenses, que no hay a día de hoy ninguno vivo que hubiese visto cómo la promulgaban. O los franceses, por ejemplo. Por esa regla de tres habrá que decir que carecen de validez los Derechos Humanos, o todas las leyes que tenemos, o incluso los respectivos Estatutos de autonomía, puesto que cada día un número no muy pequeño de habitantes cumple 18 años y entra en el juego de ser ciudadano, con un bagaje de leyes que no le fueron consultadas. Incluso si ya hemos votado habrá que volver a hacerlo cada año, o cada medio año, para que los que recién llegan a la mayoría de edad no se queden marginados.

El punto clave de una constitución es que tiene que servir igual de bien para el paso de los años y que en ella misma se contengan elementos que promuevan su revisión y plausible modificación, total o parcial. Si esto queda recogido, no veo ningún inconveniente en el tema sobre que todos los que hemos cumplido 18 años a partir de 1979 no hayamos votado en el referéndum. Ya está promulgado el ámbito de convivencia y hay que aceptarlo, pero si se ven fallas solo hace falta promover los mecanismos de su reforma. Con esto se anula la falacia de manera fácil. Nada es impuesto si en última instancia esa imposición puede tocarse, eliminarse o alternarse con otra de manera tan sencillamente expresada.

Es cierto que nuestra constitución queda vieja en ciertos aspectos y que muchos logros en su época se están volviendo defectos a día de hoy. Lo mejor entonces es debatir qué ha de hacerse, cómo y en qué plazo. Quizás es hora de que incluya los mecanismos para dejar de participar en esta empresa en común, o indicar que solo pueden ser autonomías Euskadi, Cataluña y Galicia, o que se centraliza todo de nuevo (como las encuestas dicen según la expresión de la ciudadanía), excepto las administraciones insulares y las ciudades en África, o que el reparto de competencias es para todos igual y ciertos mecanismos nunca podrán ser delegados. Incluso puede indicar que España solo es un Estado, una realidad jurídico-administrativa y que está compuesta por tal número de Naciones con ámbito histórico-cultural. La cosa es volver a proponer ideas, debatirlas y sacarlas adelante.

Puede que los partidos políticos hagan amagos y al final todo queda igual, pero si hay una opción fuerte y decidida al final calará y se llevará a cabo, pero lo importante es que sea con idea de perdurar, que haya consenso.

Es verdad que hay muchos artículos hoy en día que son más una declaración de intenciones que proyectos a realizar. En eso no falla la Constitución, sino más bien su aplicación. O también puede decir cosas de manera muy tajante, pero no es tomada en serio. Ahí está el quid de la cuestión. En realidad solo es un texto, con más o menos artículos, pero algo escrito por gente hace tiempo. Realmente tiene el mismo valor que las instrucciones de lavado de las prendas de ropa. Las podemos seguir al pie de la letra o ignorarlas completamente. No es una fuerza tangible ni una ley física que no se puede alterar. Lo único que nos impide hacer eso somos nosotros mismos, la inercia de acatarlo y considerarla como la norma suprema en la que todo se articula. Hay una especie de sacralización, pero desde un punto de vista laico. Se usan términos y conceptos que pueden parecer religiosos si lo pensamos bien. La soberanía popular (¿qué es? ¿Dónde está en mi cuerpo? ¿Puedo hacer uso de ella cuando me venga en gana? ¿Por qué solo vale en esos modernos templos llamados urnas electorales? ¿Cuál es la definición exacta de pueblo?) en cierto momento y por ciertos mecanismos decide que necesita una organización para el pueblo y para sus representantes, quedando todo plasmado en un texto que es venerado por los demócratas. No se impide que mañana podamos ignorarla o hacer otra saltándonos a la torera lo que dice de cómo alterarse. Pero nos vinculamos a ella, le hacemos casos como un recetario cuando queremos que un postre nos salga bien.

Ese poder simbólico, esa carga, esos retazos mágicos (aunque se difiera de un texto realmente religioso en la idea de que admite que puede alterarse su contenido, pero ojo, como ella misma lo prescribe) ayuda al ser humano a encontrar un referente, una idea a seguir, un modelo y una meta. Lo vital es que haya voluntad, y mayoritaria, para hacerle caso. Si no se le hace caso es cuando empieza a fallar, por muy clara y magistralmente que haya sido escrita.

Por eso, ¿qué impide que si la cambiamos por otra Constitución esta sí va a servir? No hay nada que indique que todos los ciudadanos esta vez sí la acatarán, que no habrá más desahucios, o políticos corruptos. Es añadir más magia al asunto eso de que otro nuevo texto hará que las cosas mejoren. El problema no es que se reforme poco o mucho la Constitución, el problema es que deje de acatarse lo que dice. Si esta se decide espontáneamente que no vale puede pasar lo mismo con la otra en un lapso u otro de tiempo. ¿Seguimos con el ciclo? Lo que sugiero, o lo que pienso hacer, es promover su reforma para que ayude a la sociedad actual y a la futura, y acatarla, tanto yo mismo como los demás. No me valen los cantos de sirena esos que dicen que a la siguiente todos empezarán a hacer las cosas que ya en esta deberían hacer. Con esta me basta, solo hace falta que empecemos a darle la importancia y respeto que se merece.

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