sábado, 8 de febrero de 2014

Diario de Viaje: Clisson (Octubre de 2013)

Momento a finales de mes cuando el tiempo está cambiando, pero no quita para seguir visitando partes del departamento de Loira-Atlántico. Y eso que la mañana se presentó lluviosa, pero íbamos todos los conocidos, al más estilo delegación ONU. Además, a la tarde había programada una visita a unos viñedos, por lo que era una oportunidad que no se podía dejar escapar.

Tras los miedos y dudas con la fría mañana y la lluvia incesante llegamos al pueblecito de Clisson, cerca de la frontera de Vandée (o Vandea, en español), por lo que esta ciudad fue testigo de las cruentas guerras civiles que destruyeron la región tras la Revolución Francesa. Un ruinoso castillo nos dio la bienvenida, mudo testigo de mejores épocas, de cuando los Duques de Bretaña paraban por estas marcas para relajarse o revivir sus infancias. El barrio antiguo no era muy grande y estaba salpicado de nuevas construcciones, por lo que el aire medieval estaba muy difuminado, excepto por la plaza del pueblo, con un techo de madera de épocas pasadas, algo de lo poco que sobrevivió intacto a la guerra civil. Increíblemente, había un mercadillo e hicimos buena cuenta probando pizzas y panes, además de comprar el famoso muscadet.

Lo bueno de este pueblo, aparte de gran tranquilidad, fue la aparición de numerosas construcciones totalmente inspiradas en la Italia renacentista, y sus buenas vistas al estar cierta parte del pueblo en un terraplén. Muchos ricachones y pintores intentaron recrear lo que vieron en sus viajes, por lo que crearon casas, iglesias y templos para inspirarse en sus paseos, composiciones musicales, poéticas o pictóricas. Y vaya si lo consiguieron. Hay incluso un templo romano en lo alto de un promontorio. Tras visitar la iglesia y sus toscanas pinturas fuimos hasta el río Sèvre (rodeado de césped y árboles) y cruzamos los puentes para ver el pueblo desde otro lado y hacer tiempo hasta la hora de almorzar galettes y crêpes. La gente se maravillaba de ver a tantos turistas y preguntaban de dónde éramos.

Tras la comida nos fuimos hacia un parque enorme, la Garenne Lemot, lleno de estatuas y templetes de inspiración romana y griega. Incluso había grutas y alamedas enormes que te llevaban a cualquier lugar. Buenas vistas del pueblo, por cierto. Y bonito palacete, además. Todo esto para ir corriendo al viñedo y que nos explicase que por el poco sol y el exceso de agua las uvas no pueden oscurecerse y cómo llevaban a cabo el proceso para conseguir el muscadet. Incluso probamos varios tipos en proceso de fermentación. Tras eso nos llevó a la bodega donde estuvimos probando clases diferentes de caldos y hablando con la gente que no conocíamos para estrechar vínculos. Siempre es bueno conocer gente de todos los rincones del planeta. Tras eso, y un poco beodos, nos tocó el corto trayecto de regreso a Nantes, con comentarios jocosos sobre quien conducía. Risas, siempre.

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