sábado, 4 de abril de 2015

Diario de Viaje: Salinas (Noviembre de 2014)

Los compañeros de universidad hicimos piña para conocer una localidad cercana a Ibarra. ¿La manera de ir? En tren turístico. Algo caro pero merece la pena, el trayecto es lo mejor. Con buenos augurios y casi llegando sobre la hora (fuimos a desayunar a la panadería colombiana, que al final está más lejos del Obelisco de lo que uno se pueda imaginar, más si tiramos por el sitio que no es) nos metimos en un tren con vagones estilo comienzos siglo XX con todo madera y atravesamos lentamente toda Ibarra.

El camino serrano es impagable: grandes montañas cual gigantes dormidos, valles profundos, cascadas enormes, riachuelos con vegetación. Incluso pasamos por la estación a utilizar (no sé por quién) de Yachay. Los túneles cavados a martillo y cincel hace que te quedes en completa oscuridad y solo escuches el ruido de las ruedas y notes el balanceo. Impresionante. Y hay dos puentes por los que pasas y ves el tajo y la caída que podría esperarte. Merece totalmente la pena.

En cuanto a la ciudad, poco que destacar. Indicar los bailes de recibimiento, llevado a cabo por las jóvenes integrantes de la numerosa comunidad afroecuatoriana de Salinas. La población está más baja y como en un valle, así que el calor era más intenso y el cambio de humedad se notaba. Un paseo por los murales de la ciudad y varias tiendas de comestibles o cosas para turista hasta llegar a la arbolada plaza central. De ahí al museo sobre el proceso de extracción de sal de la época, ya que se encontraba mezclada con la tierra del lugar. Después de eso, a un restaurante donde tardaron en servirnos la comida y casi perdemos el tren de vuelta. El arroz, el protagonista siempre presente. Y un grupo de chavales con guitarra amenizó la espera. Y como es normal, el trayecto de vuelta con somnolencia viendo el sol rasante sobre la vegetación exuberante del lugar.

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