lunes, 2 de noviembre de 2015

Diario de Viaje: Santa Ana de los Ríos de Cuenca (Abril de 2015)

Para la entrada número quinientos de este blog qué más que hablar sobre mis experiencias de viajes. Esta vez le toca a Cuenca, si no la ciudad más bonita, una de las mejores de Ecuador. llegar hasta allí no fue fácil, pues primero tocó ir a Quito a un hotel en el norte, cerca de la estación de autobuses. Las vistas de bosques eran impresionantes pero era tan residencial el sitio que no había ni restaurantes siquiera. Bien de madrugada tuvimos que ir para el aeropuerto y en un rato llegamos a la ciudad.

La primera sorpresa es que no podíamos salir del aeropuerto, pues los taxistas se negaban a llevarnos. Es la cosa más extraña y patética que he visto en mi vida. Se meten ahí y después no les da la gana ganar dinero. Difícil de comprender, sí. Tras varias amenazas pudimos meternos en uno y llegar a nuestro dormitorio en la zona de centro histórico. Era un hotel-bar con conciertos y esas cosas. Muy hippie. Bueno si vas a dar una vuelta, malo si quieres dormir.

Lo bueno de Cuenca es que es una ciudad cosmopolita, con mucha gente y ambiente. Mucho turismo también. Y, evidentemente, está adaptada al turismo. No es como en otros sitios que se autotitulan ciudad turística porque tienen cosas bonitas y después carece de información y señalización. Además, el sur de Ecuador está más desarrollado y tiene mayor pujanza económica. El paseo por las calles bien cuidadas y con edificios antiguos bien conservados nos entusiasmó bastante. Y el paseo por la ribera del río Tomebamba mereció la pena. Todo verde y limpio, con un río pequeño pero caudaloso. Pudimos disfrutar de la tarde así y caminar un poco hasta su confluencia con el río Yanuncay en el tupido bosque de El Paraíso. Había parquecillos para niños y pistas del famoso ecuavóley. El paisaje que rodea a la ciudad también está espectacular. Muchos montes con vegetación más verde y muchos árboles. Se nota que hay más humedad y frío en el sur.

Por la noche una vuelta por el centro para ver las fachadas de las catedrales y dar una vueltecita por el parque central que separa a estos edificios. ¡Sorpresa! Estaban muy bien iluminados para resaltarlos. También vimos muchas casas al estilo de la Cuenca española y mucho trabajo en vigas de madera para unos voladizos de los tejados. Los balcones con verjas de acero recordaban mucho la época colonial y muchos edificios decimonónicos engalanaban la ciudad. Es más, la bandera de Azuay campaba a sus anchas, hay, parece, mucho sentimiento identitario.

Al día siguiente nos tocó dirigirnos a una estación de buses, cerca de una placita con una escultura de un dragón, para llegar al parque de El Cajas. Tiramos por calles muy tranquilas, pues era ya zona fuera del centro. El autobús nos llevó por riscos con formas curiosas. Paramos en la laguna Toreadora, casi a 4000 metros de altitud. Épico, todo verde y húmero ante la mirada de un enorme peñasco. Empezamos a bordear la laguna con algunas lluvias y frío viento pero íbamos a buen ritmo. Con el tiempo, encontramos un sendero el cual empezamos a atravesar bordeando el peñasco. Incluso nos introdujimos en un verdadero bosque lleno de árboles y pendientes empinadas. El camino no duró mucho más, puesto que la zona cercana a un riachuelo que debía ser cruzado carecía de marcas hacia el puente y todo estaba embarrado. Incluso hasta la rodilla. Pero la experiencia fue fantástica.

A la vuelta nos quedamos en una avenida y caminamos lentamente hacia el centro. Y tras recuperarnos fuimos a un restaurante italiano de verdad. Con buena comida y gran atención. Ya incluso nos parecía raro. Unas vueltas más y a dormir para recuperar fuerzas. Y es que a la mañana siguiente tuvimos que ir a otra estación de autobuses, cercana al aeropuerto y esperar ahí para el transporte. La música andina estuvo con nosotros un largo tiempo.

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