martes, 27 de octubre de 2015

Una pequeña esperanza

La visita a mi pueblo esta vez me ha dejado un mejor sabor de boca que las últimas veces. Siempre que había ido las calles y parques estaban medio muertos, quizás por el clima menos agradable, aunque nunca fue óbice para quedarse en casa.

Los niños jugando en los parques y las familias sentadas hablando animadamente. Quizás los datos económicos de recuperación del país estén haciendo mella, a pesar que cuando hablas personalmente con alguien te sigue diciendo que el clima laboral está muy mal. Pero quizás los que tienen trabajo lo ven más estable, a pesar de que Rajoy, en connivencia con las empresas, deseen precarizarlo.

Bares, terrazas, cafeterías. Cada vez que paseaba por el centro del pueblo se veía que estaban llenas. Gente para arriba y para abajo. En los barrios alejados del centro también se aprecia movimiento. Que la gente tenga esperanzas es muy buena señal: sin motivación, apaga y vámonos. Lo malo será que los parados puedan volver a tener trabajo, pero los ánimos se ven mejor. O, al menos, esa fue mi impresión. Y eso te deja un buen sabor de boca.

Pero uno nunca sabe si esto se repetirá en un ciclo eterno de recuperación-crisis. El pueblo, como toda Andalucía (o quizás como toda España) sigue mirándose al ombligo. Que tenemos el árbol de Navidad más grande, que tendremos el Mercadona más grande del sur del país, que si hay Burger King, que si el nuevo Lidl arrasará, que si nuestro membrillo es el mejor, que si hay otro centro comercial. Pequeñas gotas de agua que sacian a los de siempre. Con que te conozcan en los pueblos de alrededor ya están felices los empresarios. Y así no se va a ningún sitio. A 200 km ya nadie sabe que eres el primer productor mundial de membrillo ni que una empresa de iluminación tiene contratos por toda España y algunas ciudades del extranjero. No se saben publicitar, no quieren publicitar el nombre del pueblo. Hacerse relevantes y conocidos es casi vital hoy en día y eso no lo saben aprovechar. Si sigue mirando para adentro las sonrisas pronto se volverán lamentos.

Pero toda Andalucía es así. Córdoba, mirando eternamente su pasado califal. Sevilla, con su arte barroco. Granada, con su época de esplendor nazarí. Huelva, con sus ideas de la época de la llegada a América y algunos resabios tartéssicos. Málaga, con su victimismo anticapitalidad. Y así con todo. Quizás no sea cosa andaluza, sino española. Demasiado mirar los efímeros logros propios y olvidando el proyecto común. ¿Cómo alabar los hechos del vecino si aún piensas que tus hechos fueron mejores y más trascendentales? Y es ese afán pueblerino y cerrado el que aún domina en España, ese afán que le impide realizarse como nación, o como se llame. No compartimos éxitos comunes, con excepción de los deportivos. En realidad, hay que poner en contexto tus logros locales, hay que relacionarlos con los logros (o fallos, porque eso también es Historia) de tus vecinos y no tan vecinos. Así se crea país, así se crea localidad. Y quizás, solo quizás, con eso hagamos un proyecto común mejor.

Hay que mirar hacia fuera, hay que promocionarse fuera. Mi pueblo lo puede hacer. Al menos ese es mi deseo. Se pueden apoyar y potenciar otras actividades, otras tradiciones, no solo la manida Semana Santa y sus machistas cuarteles. Mi pueblo puede congratularse de los éxitos de los demás (dejemos ya las rivalidades pueblo versus pueblo, ¿vale?). Solo así tendrá esperanzas.

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