martes, 9 de febrero de 2021

Diario de Viaje: Mérida (Enero de 2020)

 Con el sol bajo llegamos a la capital extremeña. Tenía ganas de conocerla pero por una cosa o por otra nunca se me dio la oportunidad. Ahora, por fin, restañaba esta heridita que tenía. Y no me decepcionó para nada.

Los restos del acueducto de Los Milagros, iluminados de noche, te enamoran. Es impresionante esa obra de ingeniería de tiempos romanos que ha logrado llegar hasta el día de hoy. A saber si dejan de mantener puentes y carreteras de hoy si llegan a dos mil años en el futuro. La zona verde que rodea al arroyo de Albarregas, con algunas casitas antiguas, es un buen lugar para pasear bastante.

Callejeando llegamos hasta el templo de Diana, iluminado de una manera espectacular. Me gustó la mezcla de columnas y los restos del palacete que se construyó en los restos de la era antigua. Ya era un templo vetusto cuando lo reformaron para convertirlo en hogar. Caminar por las calles con muchos guiños al escudo de la ciudad y al pasado romano, con gente disfrutando de lo que veía. Llegamos hasta la rotonda con la Loba Capitolina y vimos los muros de la alcazaba. Menuda mezcla de culturas esta ciudad. Y, cómo no, el largo puente romano sobre el Guadiana. El parque fluvial es muy recomendable y más si lo visitas con niebla.

El área arqueológica de Morería queda algo opacada por el nuevo edificio pero como integración de los restos arqueológicos al urbanismo actual no es mala idea. Callejeando ves iglesias y fachadas de palacetes, olvidando por algunos segundos el pasado romano de Mérida.

El Teatro y el Anfiteatro, como están rodeados de vallas y vegetación son difíciles de observar. En algunos resquicios. Entiendo que sean la joya de la corona y necesita de especial protección y pagar por verlos pero cuando vas con mascotas todo se te complica. Si avanzas más llegas al acueducto de San Lázaro, que no sorprende tanto y casi al lado te embelesa las gigantescas dimensiones del Circo.

La verdad es que no recuerdo si pasamos cerca por la Casa del Mitreo. Lo que sí fue que en la concurrida Plaza de España había muchos niños chicos con petardos y eso hacía mal a nuestra perrita y enfadados nos fuimos a comer cerca de lo que más me impresionó: el Arco de Trajano. Su tamaño descomunal me hizo pensar cómo pudo ser en su época de esplendor y cómo, tras el paso de los siglos, los lugareños se han identificado con esta estructura majestuosa.

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