Ya empezaba a apretar el calor veraniego y había que aprovechar estos últimos momentos para poder caminar con seguridad en senderos sin sombra. Por las mañanas aún hacía fresco y entonces nos apuramos en volver a nuestra querida Sierra de San Vicente.
Hinojosa queda como apuntando hacia Talavera y es un pueblo pequeño, con calles desordenadas y muchos coches aparcados por aquí y por allá. Las viejas casas de tonalidad marrón le daban un aire bastante serrano y la iglesia de la Concepción gustaba bastante. Ataviados con la mascarilla pudimos salir por un lado del pueblo y pararnos en una morera a hartarnos de dulces moras. La caminata era en parte en ascenso y bordea el cerro donde llegas a avistar las ruinas del castillo de San Vicente. Algo de sombra había y la vegetación del lugar me gusta mucho. Llegas a ver el gigante valle del Tajo y ahí al sur, en la lejanía y con tonos muy azulados, ves el muro que generan los Montes de Toledo. A pesar de que nuestro objetivo era llegar a un embalse cercano, la dureza del sol hizo que mejor diésemos media vuelta hacia el pueblo.
De vuelta al pueblo llegamos a la plaza del ayuntamiento, rodeada de unas esculturas que son aperos de ganadería o labranza: piedras, metal, herramientas que recuerdan los tiempos agrícolas antiquísimos de la fundación del lugar. En un bar pudimos refrescarnos y ponernos rumbo a la casa para almorzar.
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