martes, 13 de julio de 2021

Desgranando el pensamiento de Blas Infante (I): el Ideal

A día de hoy, en un mundo donde la crispación y la polarización política es la nota general, donde la crisis económica y sanitaria pega con fuerza, resurgen unos valores que estuvieron dormidos algunas décadas: los valores del andalucismo. Ya se habla de una tercera oleada de andalucismo (la primera es la histórica de inicios del siglo XX y la segunda es la que arropó la gestación e impacto del Partido Andalucista en los albores de la Transición) y, si bien la defunción del PA en 2019 parecía la puntilla final al andalucismo, este se ha transfigurado de mil maneras más enfocadas en el plano cultural que en otro: Antonio Manuel Rodríguez, Pastora Filigrana, Javier Aroca, Manu Sánchez y la banda Califato ¾ son unos pocos pero muy ilustrativos ejemplos de andaluces que quieren reflexionar sobre qué significa Andalucía y ser andaluz. En esta época tan turbulenta parece que siempre toca frenar un poco y pensarse uno mismo hacia dentro. Es verdad que también existen formaciones políticas andalucistas que van desde las rocambolescas ideas de Pedro Altamirano con sus Países Andaluces (que abarcarían desde el Algarve y Alentejo portugueses hasta el sur de Alicante, pasando por el Rif marroquí) hasta la nueva formación de Teresa Rodríguez de resonancias anticapitalistas o la formación, de vocación también municipalista, AxSí de Modesto González

Para esta entrada me gustaría alentar a toda persona que resida en Andalucía (y también a andaluces que viven fuera) que participen en esa reflexión interior sobre sus raíces culturales, históricas e idiosincráticas. Qué mejor manera que abordando la figura de Blas Infante y su amplia obra. En un humilde intento de difundir las ideas que dieron estructura a la Andalucía en la que vivimos hoy me enfocaré en varias entregas en su obra fundamental publicada en 1915: el Ideal Andaluz. Cierto que Infante, con el paso de los años cambiaría algunos de sus postulados y defendería cosas diferentes a las que defendió en un principio pero me parece interesante comentar su obra más emblemática y de la que más se ha bebido en la cultura andaluza actual. Ya lo dijo Blas Infante a los ateneístas justo antes de presentar esta obra "Este es el problema: Andalucía necesita una dirección espiritual, una orientación política, un remedio económico, un plan cultural y una fuerza que apostolice y salve" Evidentemente, recomiendo su lectura para evitar mi sesgo y que cada uno se empape y evalúe con sus criterios pero espero que estos comentarios le sean de utilidad o acicate para acercarse a la obra del gran pensador que fue Blas Infante.

La primera sección que inicia el libro se titula, y con razón, El Ideal. Es la parte más filosófica y compleja de la obra y sirve de base para generar una hoja de ruta por todo el libro, incluso cuando se pone más político usa como referencia esta sección, como buen hilo conductor. Para Blas Infante la vida es un proceso continuo que tiende hacia la perfección absoluta, a la trascendencia en la eternidad. Es el impulso natural de todos los seres vivos y mediante la lucha por la vida el Universo gestiona la soberana armonía que rige todo. Si bien la perfección absoluta es una meta, una estrella que guía, en el corto plazo la vida intenta conservar todo logro que consigue y en este punto el ser humano va con ventaja, pues al usar la razón y la inteligencia comprende este impulso natural de la vida. Es el raciocinio el que se opone a alcanzar el objetivo de la eternidad mediante el temor, sino que elige como herramienta la libertad y el amor. Solo con el amor a uno mismo, a sus congéneres y a la vida que le rodea se puede avanzar en el gran objetivo.

Eso sí, todo el plan, todo el camino a recorrer, no es diáfano. Es verdad, el futuro nadie lo conoce y solo podemos ver un pequeño trecho del camino vital que recorremos y lo más seguro es que no nos dará tiempo de alcanzar la perfección absoluta, así que la lucha vital por esta perfección la sentimos como un destino, un viaje de depuración y perfeccionamiento. Por tanto, Infante concluye que el ideal humano es algo diferente a la eternidad y a la lucha por la vida, pues es mediato y va consiguiendo logros poco a poco de manera concreta. Entonces, ese Ideal de perfección, esa sensación de destino es la que se erige en guía y acicate para no dormirse en la complacencia y seguir ese oculto pero seguro camino. 

Infante termina explicando que el mal, la muerte, el dolor, existen como experiencias vivificadoras. No podemos dormirnos en los laureles y estas oscuras acechanzas están ahí para recordarlo. También, por lo efímero de la vida humana y del largo recorrido hasta la perfección se explica la existencia de la Ciencia, del Arte, de la Moral: son caminos que intentan acercar a todos los mortales una velada imagen de la meta última, de la belleza de la perfección. "Transformar la Tierra en Cielo, que es llevar, al Cielo, la Tierra" llega a decir Infante en relación a esto, poniendo como ejemplo la vida de Jesucristo. Y que existan estas ramas del conocimiento lleva a colación que por individualidades la tarea de llegar a la perfección absoluta sería imposible, así que lo óptimo es que sea una tarea en conjunto, un trabajo colaborativo. El pueblo toma así forma en el ideario de Blas Infante, un acto colectivo de progreso mediante las herramientas que son la ciencia, el arte y la moral.

La unión de individuos genera una conciencia colectiva, un sentimiento de pueblo, de historia y destino común: un ideal de nación. Si entre individuos ha de haber un sano pugilato para hacer triunfar la personalidad de cada uno y poder influenciar de la mejor manera entre personas, las naciones han de actuar igual: no con guerra, sino con el poder de la razón y el ejemplo. España, para Blas Infante, es una nación que no está dando ejemplo, que no lidera el carro de la modernización ni del avance de la sociedad. Pero no lo dice como crítica, sino como lamento, ya que en el avance de la sociedad echa en falta el punto de vista español. Echa en falta el ideal caballeresco, que es el alma del idealismo; los siglos de guerra han provocado que se luche de manera innata por conservar el bien que se consiguió con mucho esfuezo y todos los logros pasados no deben caer en el olvido, sino generar una virtud de grandeza, que es lo que están necesitando y reclamando las naciones hermanas de España. Abnegación y justicia que combata por el amor y una fe inagotable en ayudar, no para estar en contra de nadie.

Para ello, España debe enfocarse en volver al lugar que le correspondía entre las naciones e iniciar un pugilato con fuerza cultural moral y física, es decir, la fuerza de la civilización que es capaz de eliminar obstáculos históricos sin usar la fuerza bruta. Infante llama a esto "europeizar España", elevar el nivel del país, igualarse en intensidad (no en cualidad) ante las primeras potencias, llegar a un punto en que el resto de naciones quieran adaptar los postulados, avances y valores de España. Eso sí, hay que imitar los elementos comunes, usarlos de marco referencial, no plagiar cualquier cosa. Solo así se podrán llevar a cabo creaciones originales, pues no se pueden ignorar o anular los dones que dio la naturaleza y la historia al genio español. Por consiguiente, Infante está en contra de la colonización cultural, de renegar de nuestros puntos positivos para simplemente emular cualquier cosa que venga de fuera.

Pero para que España sea fuerte, han de serlo sus componentes: individuos, familias, municipios y regiones. En el total han de estar todos los matices de las partes y actuar de manera recíproca y complementaria. Si esto se impide, las partes llegarían a ser homogéneas e indistinguibles, no generando ningún nuevo factor que fuese de provecho para el conjunto. Evidentemente, las partes han de converger hacia un fin común que, en última instancia, repercuta en favor de toda la humanidad. Por tanto, es obligatorio que cada nación se subdivida en regiones en función de elementos comunes y afines, no solo por el bien, en este caso, de España, sino también por el bien de todos sus ciudadanos. Infante dice, acertadamente, que el alma española es solo la suma convergente de las energías regionales. Solo regiones fuertes en una sana competencia pueden dar buenos frutos para el conjunto español. O sea, la mejora como país ha de ser un proceso de abajo hasta arriba.

"Vivir, por sí, para España" ha de ser el límite de cada región, pues Infante postula que una región que quisiera convertirse en nación (en territorio independiente) pronto languidecería, pues la individualidad asilada tiende a la homogeneidad. Quedar fuera del grupo de regiones que componen las naciones en función de la geografía, de la historia y de la psicología solo puede ser algo transitorio al no tener reciprocidad y que mandato imperante internacional lucharía en contra de este evento. Es por ello que Infante se entristece en ver la división entre Portugal y España, pues cree con fuerza que la familia ibérica ha de estar unida para evitar quedar a la sombra de otras potencias que, de seguro, las explotarán.

Y habla de regiones de manera genérica porque no está en contra de llamarlas naciones (siempre y cuando entonces España sea considerada supernación). ¿Y si en el pasado uno de los reinos que llegarían a conformar España hubiese tomado otro camino y se hubiera independizado fructíferamente desde entonces? Blas Infante no descarta que en ese caso sí se hubiesen generado regiones en el territorio separado y que posiblemente sería un Estado viable y que los caminos se habrían bifurcado de manera independiente. Pero esto tuvo que haber sucedido ya hace siglos porque el proceso de unificación española no puede ser revertido en la actualidad: el aumento de complejidad traído desde la creación del Estado indica evolución y apelar a antiguos hechos no sirve como razón de peso para el separatismo el día de hoy. Y en ese mismo día de hoy las ricas y diversas historias que configuran cada región quedan circundadas en la Historia de España, puesto que en cada territorio han existido grandes personajes con ideales muy similares: desde el Cid Campeador y Gonzalo de Córdoba en la Corona de Castilla hasta Pedro III y los almogávares en la Corona de Aragón. Tan claras y poderosas afinidades, en especial el ideal católico, hablan de la obligada unidad de España a pesar de la diversidad de sus componentes.

En la actualidad (recordemos que Blas Infante escribe en el primer tercio del siglo XX, en plena I Guerra Mundial) España ha quedado muy relegada con respecto al resto de potencias vecinas pero ese glorioso pasado que ostenta tiene que servir para otra cosa diferente al ensimismamiento por los hechos pasados, es prueba de que si una vez se consiguió puede volver a suceder, los ideales siguen intactos y solo falta la fe en ellos. No hay que destruir lo poco que queda, sino reconstruir el resto. Una comunidad, con una historia común y debatiéndose en un medio geográfico identificado hacen brotar el alma española. Infante se lamenta que esta alma no sea ibérica, pues reprueba el tutelaje inglés a Portugal, ya que al renegar del hogar común, de la tradición y de la sangre hace que el destino que tenían nuestros hermanos lusos quede truncado por instrumentos de castigo personificados en potencias coloniales. Esto lo usa como criterio ejemplificador para las regiones con ansias separatistas, advirtiendo que Reino Unido y Francia siempre aprovechan estas veleidades para tomar el control de las regiones descarriadas: «En España, pues, solo regiones, hay. Solo regiones puede haber», concluye. Y la misión de cada región ha de ser el fortalecimiento nacional porque, evidentemente, cada elemento (incluso desde el individuo) ha de luchar por el bien común, por el ideal inmediatamente superior, que es lo que marca la senda para llegar a alcanzar el Ideal Humano. Para cumplir tal aspiración cada región debe robustecer lo que la hace única y diferente y elevarse en función de sus características e idiosincrasia. Al hacerlo así cada región contrastará cada una con las demás e intentará de manera natural que el alma de la nación quede impregnada de su matiz regional característico. Solo así el país entero podrá progresar mediante fuerzas físicas, morales y sociológicas. Cada región vencerá durante cierto tiempo (no hay victorias definitivas) y dará un aura característica al país, será la región más española al poner en lo más alto el nombre de España.

Por supuesto, Andalucía ha de ser una de esas regiones, no como realidad sustantiva e independiente, sino como parte integrante de España. Ha de luchar por ser la región que imponga de manera pacífica y fructífera su criterio y matices característicos en la patria. Blas Infante confía en que el liderazgo moral andaluz es esencial para que España resurja de sus cenizas y vuelva a lo más alto del panorama internacional y que España pueda ayudar en el progreso humano. Pero antes de esto, Blas Infante se detiene para iniciar la siguiente sección del libro porque es necesario, antes de que Andalucía entre en el pugilato, indagar algunas cuestiones vitales. ¿Existe Andalucía? ¿Cuál es el genio andaluz? ¿Es Andalucía incapaz de lograr alzarse? ¿Cuáles son las trabas que no permiten el despegue andaluz?

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