viernes, 15 de octubre de 2021

El burnout olímpico

 Ya pasaron los Juegos Olímpicos de 2020, aunque llevados a cabo en 2021. Ya muchas historias de superación quedaron aplaudidas y olvidadas. El espíritu olímpico de esfuerzo, de competición, de victoria, de sacrificio, queda muy bien para esos días pero ese mensaje puede servir (y debe servir) para ser un acicate en el día día. Hay que competir, hay que ser honestos y hay que intentar dar lo mejor de sí para avanzar. Y si avanzas, el mundo termina avanzando. Y si lo haces bien y de manera ejemplar motivas a otras personas para que sigan el mismo camino.

Este año pegó fuerte el caso de Simone Biles: tras sufrir acoso, denunciarlo, ser ignorada y terminar triunfando (el acosador recibió merecido castigo) se entrenó con fuerza y entusiasmo y compitió hasta que su mente dijo basta. Su rutina podía ser fácil o difícil pero su mente se bloqueaba y en esa circunstancia cometer un fallo era muy probable. Lo malo es que fallar haciendo lo que hacía podía provocarle una lesión irreversible y pondría incluso en peligro su cuerpo. Fue así que, sorprendentemente, decidió dar un paso al costado y apoyar a sus compañeras para evitar ser un lastre. Esta decisión fue aplaudida y criticada a partes iguales. Pero lo importante es que fue un ejemplo que una deportista de élite se atreviese, en medio de toda esa presión, a decir que no podía más y que esto también es algo humano.

Quito el tema de los enteradillos que dijeron que no era para tanto o que más grave es el suicidio y temas similares que llevan predicando desde años atrás. Lo quito no porque no sea tema baladí, sino por la actitud que toman. Además, es probable que dando a conocer el problema del burnout y los trastornos mentales (que se lo digan si no a Íñigo Errejón y su campaña de visibilizar, a pesar de las mofas, los problemas mentales y sus propuestas de que sea tema importante en la sanidad pública) haga palanca para ayudar indirectamente al gran drama que es el suicidio.

Esta generación está quemada casi desde su origen. No digo que las anteriores no tuvieran presión, pero es que esta, quizás ya desde la educación primaria y sus temas de horas interminables de ejercicios en casa e idas y venidas frenéticas a actividades extraescolares, hacen que los niveles de estrés ya estén con nosotros desde el primer momento y no en dosis pequeñas. Y que estas dosis cada vez son mayores y cuando llegas a la edad adulta ya es muy probable que termines explotando.

A ver, no digo que el estrés desaparezca de la noche a la mañana. Hay trabajos que por definición están sometidos a mucha presión. El deporte olímpico, la cirugía, el control del tráfico aéreo, etc., son mundos que de por sí tienen presión y los niveles de estrés no hay que eliminarlos así a la ligera pues pones un juego muchas vidas si cometes fallos, por muy tontos que sean. Puedes probar si te gustan esos trabajos y ver si aguantas la presión. Y si no, pues a otra cosa. No creo que prohibir (en caso de que sea posible) el estrés en todo haga bien a un número puntual de profesiones. Lo malo, a mi entender, es extrapolar ese nivel de estrés a todas las demás profesiones que, por definición, ni deberían tenerlo.

No digo que en la vida o en el trabajo no haya momentos de estrés enorme. Siempre hay picos. Digo que en la norma esto no sea algo cotidiano. Pero en un mundo donde el dormir, el descansar, se toma como vagancia o pérdida de tiempo (ay, gran victoria aquí del capitalismo industrializado del siglo XIX), donde los programas de televisión de mayor calidad se sitúen cerca de las 23.00 y que en el trabajo si no te atosigan parece que no produces (y cumples las horas de reloj como si todos fuésemos empleados de oficina) están creando una generación cansada de manera crónica y con mucho cabreo.

Por ejemplo, el tema de la academia, de la investigación. De ese «publish or perish», de esos índices-h a lo estrellas de McDonald's, de los cuartiles, factores de impacto o códigos de colores sin sentido. De renovarte cada poco pero evadir la responsabilidad de ofrecerte un futuro fijo y estable. Esto hace que ya no te demores en pensar buenas hipótesis, en hacer muchos y detallados experimentos que lo expliquen todo y en labrar un artículo largo y detallado. Ahora resultados parciales, poco texto, mucha imagen. La dictadura de la pantalla, de la imagen, de la información que satura para que te informes en pocos segundos de todo y pronto a olvidar. Esto hace mal a la ciencia, me hizo mal a mí y tuve que dar un paso al costado. Fracasé en esa aventura. Preferí enfocar mi pasión por la ciencia desde otra perspectiva y aprender a valorar también otros aspectos de la vida.

Y no solo en la ciencia, ya casi cualquier trabajo te mete estrés, quiere que vivas precarizado mientras todo se justifica en que no sientes la camiseta y que no pones de tu parte. Antes, al menos, tenían la decencia de explotarte y confirmar que te explotaban. Hoy te echan la culpa de que no quieres ser explotado. Repartidores en bicicletas que tienen que ser autónomos para ser «contratados», plazos de entrega inverosímiles, tener a los trabajadores bajo un control de tiempo estricto y sádido. Ataques contra la dignidad al confiarse que si te vas del trabajo hay una masa de personas que lo pasan mal que van a tomar tu precarizado puesto sin dudarlo. Es una sociedad neoliberal donde, me incluyo yo, si podemos tener unos caprichitos ya estamos conformes. Es una sociedad que no merece la pena que se desarrolle, ha de cambiar. Y Simone Biles, con su paso al costado, puede que haya iniciado este camino de mejoría.

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