domingo, 10 de abril de 2022

Desgranando el pensamiento de Blas Infante (II): Andalucía

 En la última entrega nos quedamos estudiando la parte más filosófica de Blas Infante, cómo veía la misión vital de perfección, cómo los límites de nuestra vida hacen que este camino se convierta en una lucha colectiva por conseguir ciertos ideales y cómo esa colectividad, si cada parte pone lo mejor de sí, genera un pueblo que busca lo mejor para la humanidad entera. Y como colectividad se pasó por el concepto e ideal de España, la cual debía recoger lo mejor de sus partes para que pudiese progresar de manera óptima.

En el Ideal Andaluz, Blas Infante termina la sección preguntándose si realmente existe Andalucía, pues ve de manera necesaria que se aporte su manera de ver el mundo, sus potencialidades, para liderar al resto de regiones españolas y así volver con fuerza en el concierto de las naciones, las cuales esperan ansiosas el retorno de España. En esta segunda sección de su gran obra de 1915, titulada precisamente Andalucía, Infante defiende con uñas y dientes la existencia de dicha región.

A principios del siglo XX se dudaba, a pesar de los renovadores impulsos federalistas de la no nata Constitución de Antequera de 1883, de si los andaluces tenían derecho de constituirse como pueblo, de regir sus destinos, de converger individualidades en una comunidad. Algunos medios decían que sí, pero por pena, como si fuese una dádiva: un pueblo débil y con muchas injerencias ajenas. O sea, se aspira a una Andalucía fuerte, industriosa, feliz, pero se constata una Andalucía debilitada, triste, sin pulso. Aunque estas afirmaciones piadosas encierran el dato incontestable que aunque mal, existe. Y si existe puede resurgir siempre que el pueblo no pierda el genio con el que fue forjado. Y Blas Infante atestigua que no está todo perdido, puesto que este genio andaluz y el pueblo que lo mantiene ha existido desde hace mucho tiempo.

¿Cuál es la particularidad del pueblo andaluz? Su mezcla, la aportación de otros pueblos que nutren su original energía vital. Las fuerzas dominadoras del solar andaluz no han podido absorber la idiosincrasia andaluza, sino más bien enriquecerla: el sustrato indígena continúa porque los conquistadores no pudieron sino querer unirse e, indirectamente, mejorar al pueblo conquistado. E Infante ve el germen allá en el esplendoroso Tartessos, reconvertido en la Bética por los aportes cartagineses y romanos. No fue destruido el mítico reino de Argantonio, sino que mutó a una nueva y renovada entidad que siguió dando ejemplo al mundo. Los visigodos reconocerán su personalidad a pesar de las divisiones artificiales que se le hayan podido hacer. Los musulmanes la convirtieron en su centro neurálgico. Y durante la Reconquista se aceptó su existencia y su unidad, hablando de los reinos de las Andalucías, aunque las conquistas se alargasen en el tiempo. Ni siquiera la "reciente" división provincial ha logrado desvirtuar el concepto de Andalucía. Esta pervivencia y demarcación no solo se achaca a sus accidentes orográficos (Sierra Morena y el valle del Guadalquivir), puesto que muchas veces el influjo andaluz llegaba al Levante, al sur extremeño o al Algarve portugués, sino la localización (expandida o replegada) de un pueblo con ganas de hacer valer el genio que los constituye.

Muy bien, el pueblo andaluz ha pervivido a lo largo de los siglos. ¿Pero cuál es el genio que lo caracteriza? A diferencia de postulados posteriores centrados en al-Ándalus, Blas Infante señala que el genio viene de antes, del influjo griego que legó un optimismo al pueblo tartéssico, el cual ha caracterizado a las gentes de Andalucía: la vida está para ser vivida, para lograr el Ideal Humano; no es un triste tránsito hacia la muerte. Una alegría de vivir que llega a reivindicarse en forma de dignidad incluso en los momentos de mayor sufrimiento y pesadumbre. Una psicología optimista en un entorno de gran belleza natural, he ahí el genio andaluz: ser exagerados en la generosidad, llevando a cabo la tarea con gran sencillez. Una exaltación fastuosa que, paradójicamente, otorga a todas las personas el mismo trato y dignidad.

Como ejemplos personificados del genio andaluz Infante relata el trato amable de Argantonio para con los comerciantes griegos. Estos, expulsados de sus tierras, son recibidos por el monarca como hermanos perdidos y los quiere incluir en la sociedad. Ante la negativa de estos, no se enfada el rey, sino que promueve fundar ciudades para que puedan asentarse. También cita a Gonzalo de Córdoba, mirando por el bien de sus soldados, no importándole que saqueen su propia casa si es en beneficio de sus hombres. También menciona a varios monarcas andalusíes, personas de gran sensibilidad y corazón.

Una consecuencia de la alegría de vivir es el sentido del humor andaluz, tachado a veces injustamente de superficialidad. "En Andalucía, una sonrisa es el mejor símbolo de la fe" afirma tajante Infante. Esto ayuda que ante las calamidades y problemas el andaluz contemple su situación a veces estoicamente, con seriedad e impávido y otras veces con ironía y cierto desdén, ya que al principio molesta el obstáculo hacia la Perfección pero se termina dando cuenta uno que no hay nada que le pueda impedir seguir tras ella.

No solo el humor es expresión del genio andaluz, sino sus formas artísticas: su cante, su poesía. Un análisis sesgado puede decir que es muestra de pensamientos funestos y negativos pero hay que atender bien a los detalles para detectar ese desprecio innato hacia la muerte. Exaltar lo lúgubre, darle esas notas características andaluzas son causa de la inspiración pero siempre se termina relativizando todo, incluso la propia muerte.

La exaltación de la alegría de vivir y de la dignidad propia y del prójimo hacen que el genio andaluz se caracterice por su amor, por su respeto a la vida y a los semejantes, elementos primordiales del humanismo y la democracia, nada menos. Como dato que lo confirma, en Andalucía nunca se implementó la idea de castas y el feudalismo tuvo muy escasa aceptación. Cuando en Europa el derecho divino era la doctrina principal, la Andalucía musulmana, con esa evocación griega que nunca se fue, propugnaba la igualdad política. Puede haber en Andalucía aristocracia fundada en sangre, pero la autóctona es la del talento: no es cosa novedosa que los latifundistas y los jornaleros lleguen a tratarse de tú a tú sin problemas. Han podido existir momentos regresivos y de pérdida de derechos avaladas en Andalucía, sí (como el apoyo a las Cortes de Cádiz y el posterior apoyo al absolutista Fernando VII), pero estos datos hay que verlos en el contexto histórico y en la vehemencia y espontaneidad del genio andaluz. Porque si bien esto ha pasado se puede ver que el apoyo fernandino nunca prosperó y sí el constitucional.

Andalucía no puede ser solar de pérdida de derechos, de desigualdades. Si bien los griegos fueron barridos por los cartagineses, la concepción de la vida como actividad creadora mediante el amor y no la fuerza quedaron plasmada en el Hércules heleno que ha llegado a nuestros días, el belicoso y sediento de sangre Melkart cartaginés no ha prosperado aunque en un momento concreto se le aceptara. Por eso se acepta la llegada de Roma (y no de Cartago), que lleva el testigo espiritual griego en su forma de ser. Por eso prosperó la Bética en libertad, en esplendor, porque a través de Roma Andalucía expresaba su amor por Grecia. Por eso Andalucía no tuvo con buenos ojos la invasión de los vándalos, los cuales llegó a atemperar en cierto grado. Y en el dominio visigodo Andalucía tuvo esplendor con los monarcas de talante más dialogante, destacando los apoyos de las causas justas y de la repercusión de sus pensadores, como San Isidoro. Y cuando el belicista rey Rodrigo se impuso al reformador Witiza, pronto los andaluces miraron al otro lado del Estrecho para buscar ayuda en los bereberes y sus caudillos árabes. Y pronto los árabes quedaron subyugados por el genio andaluz, tanto que cuando el fanatismo empieza a impregnar en las madrasas orientales, en Córdoba se reafirma la libertad en sus madrasas. Se retoma la ciencia clásica, la poesía, el deporte, la higiene, la oratoria y la filosofía. Y el movimiento cultural fue mantenido a la caída del Califaro en los reinos de taifas. Unos reinos de taifas que, ante el fanatismo almorávide y almohade no terminan de apoyar y unificar al Islam, facilitando así indirectamente el avance cristiano por la Península Ibérica.

Un amor por Grecia que se muda con los siglos a Granada y espera pacientemente al Renacimiento europeo y la reivindicación del saber griego. Sin embargo, el origen del fanatismo de la Inquisición empieza a ahogar el genio andaluz. La intolerancia ataca a las personas de mente abierta, independientemente de su religión. Conversiones forzosas, expulsiones masivas, autos de fe, quema de libros, empezaron a oscurecer los logros y avances andaluces. Tal y como pasó con Cartago, con los pueblos germánicos, los almorávides y los almohades, el genio andaluz se ve aplastado por la intransigencia.

Pero dicho genio no ha sido extinguido a pesar de tales avatares. Queda mudo, humillado, pero no muerto. Muchos pintores y poetas han dado señal a lo largo del tiempo del potencial que guardan los andaluces y políticamente queda patente el intento de proclamar en el siglo XVII al Duque de Medina Sidonia como Rey de Andalucía al calor de la independencia portuguesa. Dicho genio andaluz ha llegado malherido hasta la época de Blas Infante, aunque sus bases siguen bien intactas y bien presentes en las ocho provincias, generando lazos de unión espiritual y psicológica que definen al pueblo andaluz como un ente independiente y con marcada personalidad.

Y este espíritu andaluz queda patente y reconocido por todos los rincones de España. Si se piensa en Galica queda evocada la nostalgia melancólica; si se piensa en Castilla queda clara su gravedad severa; con Aragón el alma reconoce la lealtad sincera y el amor por la naturaleza; con Vizcaya, la férrea voluntad viril, y con Cataluña, una impaciencia rebelde. Y a la hora de pensar en Andalucía se evoca lo hermosa que es la vida, o sea, la alegría de vivir. Y las diferencias con las evocaciones castellanas son tantas que difícilmente pueden tener orígenes comunes. Andalucía no puede ser Castilla: no solo Sierra Morena corta la conexión, sino también el matiz psicológico y la fisonomía moral.

Andalucía, para existir, no necesita de lengua propia. Infante pone como ejemplo el de Aragón, que nadie discute su existencia ni historia y tiene como lengua inmensamente mayoritaria la castellana. Andalucía, para existir, no necesita crear un derecho ni tener leyes antiquísimas. La coyuntura político-jurídica del momento es igual para todas las regiones y todas tienen el mismo derecho de otorgarse un autogobierno en un país que no ha sabido (o no ha podido) generar un nuevo derecho duradero y aplicable en todos sus rincones.

Donde Andalucía se refleja mejor es en el arte, donde las particularidades del genio andaluz, a través del artista, se cuelan de vez en cuando, dando a pensar el potencial encerrado en un pueblo dormido, pero no muerto. Pintura, música, teatro, arquitectura, todas pueden tener el adjetivo andaluza. Algunos dirán que solo sale de Sevilla pero se puede ver que solo con esta ciudad falta algo de perfección. Sevilla es el centro espiritual de un ente mayor: Andalucía. Y es en el centro donde con más fuerza se puede detectar el renacer con renovada vitalidad.

"Andalucía existe: no es preciso crearla. Hemos encontrado su genio vivo, aunque debilitado", concluye Infante. Los que niegan este hecho piensan más en que no poder expresarse políticamente es no existir pero son dos cosas diferentes. Que no pueda desarrollar su fortaleza y por tanto no necesite gestionarse administrativamente no dictamina la inexistencia de ninguna región. ¿Cómo revertir esta situación de debilidad? Lo primero es la Vida, vivirla requiere de generar un derecho. Para ello se necesita una base que ya existe, el pueblo andaluz, solo hace falta que se le fortalezca y capacite. Pero antes de esto es preciso saber si las incapacidades son permanentes, sistémicamente presentes en el pueblo andaluz o si por el contrario son coyunturas históricas que pueden ser superadas para alcanzar el Ideal.

Así termina esta segunda sección de El ideal andaluz, con un fuerte alegato a la historia e idiosincrasia andaluzas. El estudio de las causas que lastran el desarrollo andaluz merecen un estudio detallado aparte.

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