viernes, 6 de abril de 2012

La Restauración en Andalucía: aspectos políticos

Ya en años anteriores he comentado sobre la época de la Restauración en España, centrándome especialmente en el reinado de Alfonso XII (1874-1885), así como en las elecciones que hubo durante su reinado y los distintos gobiernos que se formaron. En esta ocasión hablaré sobre cómo se vio la Restauración en Andalucía. Para ello sigo a Manuel Moreno Alonso en su libro Historia de Andalucía, tomo 3, editado en 1995 por Cajasur y Diario Córdoba.

El convulso año de 1874 vio cómo la I República Federal Española era convertida en solo una vestimenta para imponer una dictadura republicana vitalicia por parte del autoproclamado presidente Serrano, reimponiendo el unitarismo e intentando acabar con la revolución cantonal. La persistencia de la III Guerra Carlista y la Guerra de Cuba, unido a un descontento de los políticos y a varias intentonas golpistas hacen que a finales de año se proclame en Sagunto la vuelta a la Monarquía y la aceptación del príncipe Alfonso de Borbón como rey. Los políticos o callan o aceptan sin ningún altercado de más entre los cuerpos políticos y militares. La descomposición del republicanismo permite entonces la rápida consolidación del régimen monárquico. La Restauración se mantendrá hasta 1931, aunque se aprecia un declive a partir de 1898 tras la pérdida de las colonias ultramarinas. Los primeros años de la Restauración, tras la pacificación bélica, estará llena de una estabilidad aparente en el que poco a poco van calando nuevas posturas ideológicas, tales como el anarquismo, el socialismo y el comunismo. Estas ideas convencen pronto en la clase obrera y tendrán que convivir con las ideas anticuadas del carlismo, puesto que uno de los postulados alfonsinos es que España está habitada por españoles, no por vencedores y vencidos. La tranquilidad en el turnismo político durará poco tiempo, tanto como el tiempo en que se ocuparon de solucionar sus puntos que consideraban importantes y alejarse de la opinión popular tras esto, que carecía de actividad política a nivel de ciudadano. El andaluz permanecerá aislado de las corrientes políticas del momento, debido justamente a lo referido hace poco. Solo los que tenían proyección política y los caciques participaban en política, amén de las futuras organizaciones de ámbito rural y obrero, que comenzarán a reunirse de manera clandestina proponiendo una lucha de clases contra la burguesía. Sin contar la Guerra Chica cubana de nuevo corte independentista, una asonada republicana, algunas protestas de corte cantonalista y las acciones de la Mano Negra el reinado de Alfonso XII en Andalucía representará la tranquilidad.

Los inicios de la Restauración están fuertemente teñidos por el canovismo, la acción política a favor de la Corona y que sostenía una idea de régimen parlamentario basado en un bipartidismo turnante y una democracia masculina censitaria. Antonio Cánovas del Castillo, andaluz malagueño para más señas, fue el artífice de esta corriente que confluirá en el futuro Partido Liberal-Conservador. Ya en 1854 se alía a O'Donnell y milita en las filas de la Unión Liberal, como diputado y posteriormente gobernador, a la vez que cultiva su afición a la historia española. Antes de la caída de Isabel II logra los ministerios de Gobernación y Ultramar. Tras este punto vuelve a sumergirse en la historia, donde se centra en la decadencia española del siglo XVII (que ve reflejada en su época) a causa de la artificialidad de sus logros, la fuerza de sus vicios y la ineptitud española para la economía. Sin embargo, veía potencial en vascos, navarros y catalanes en detrimento para con el resto de España. Cánovas, aunque abrazando tímidamente la democracia (aunque los regímenes bipartidistas eran moneda común en la Europa de la época) y admirador del esclavismo, logra abanderar la causa alfonsina y consolida la Constitución de 1876, la más longeva de nuestra historia. Imitando a Inglaterra, consolida los partidos políticos para evitar la típica ingobernabilidad española y consolida una política interior que es aceptada incluso por los republicanos posibilistas, abanderados por el ex-presidente Castelar.

Con estos cambios durante la Restauración, en Andalucía se impone un comportamiento, una mentalidad y una actitud que se denomina realismo, opuesta al romanticismo reciente por no ver el lado práctico y mirar solo al idealismo. Ilustres personajes como Garrido, López Domínguez, Roque Barcía, Castelar y Pérez del Álamo se inclinarán con su realismo por una aceptación de la Monarquía Constitucional, al estar sólidamente asentada y acercarse a las posturas posibilistas que priman la gobernabilidad y la paz antes que las ideas personales. Al realismo político le surgió a su lado el realismo social, fomentado por las clases obreras y sus reclamos y huelgas. El caciquismo también tiene una participación relevante en Andalucía, puesto que el afán de controlar la política el tiempo que uno desee depende de las trampas que se puedan hacer en las urnas, adoptando el famoso pucherazo si no salían los resultados que deseaban. El mundo agrario toma conciencia de estas injusticias y no confían en el voto ni en las leyes existentes, desengañándose de la historia y que los avances tenían que traerlos los no andaluces.

Ya se indicó que el realismo fue tanto político como social y enraizaron en Andalucía y si bien el andaluz medio no encontraba lugar ni interés en la política hubo gran cantidad de políticos de origen andaluz, tales como los mencionados Cánovas del Castillo y Castelar, un gaditano con una exquisita oratoria que convenció una vez a los diputados de la época de Amadeo I a abrazar la República y en otra ocasión apaciguó los ánimos de los republicanos que querían desmontar el régimen canovista por las armas ante la llegada de estabilidad y posibilidad del voto. Nicolás Salmerón también fue Presidente de la República, altamente considerado por su mesura y su saber estar. Fue expulsado por Cánovas del país tras derogar la Institución de Libre Enseñanza, aunque bajo el gobierno de Sagasta se le concederá la amnistía y la reimplantación de la ILE en territorio español, pudiendo enseñar los postulados krausistas. Sánchez Rosa divulgó el anarquismo en Andalucía, arraigando con mucha fuerza en detrimento del socialismo. Otros andaluces como López de Ayala, Navarrete y López de Carranza participaron en la vida política estatal, ocupando cargos relevantes dentro del Gobierno de turno. Malcampo y Monge también será un personaje destacado, junto a Ruiz Jiménez, López Domínguez y Segismundo Moret. La publicación de periódicos también fue profusa por tierras andaluzas, a pesar del fuerte analfabetismo en el ámbito rural. Por último, no se puede dejar atrás al gran Giner de los Ríos.

La Restauración tuvo un momento de plenitud, como ya se refirió, que pronto sacó a relucir una gradual decadencia al salir a la luz los vicios del sistema. Con el tiempo y el desengaño de la gente, hizo que el desapego no pudiera eliminarse y quedó dañado permanentemente, a pesar de la entrada del sufragio universal masculino en 1891 (a pesar de las reticencias de Cánovas). La perversión del sistema electoral se hizo tan evidente que no pudo tener una vuelta atrás en su corrupción. El caciquismo, ya visto en Andalucía desde la época de Cervantes, se implanta con todas sus fuerzas en estas tierras tomando tintes de feudalismo pero con una máscara de modernidad. En vez de señores feudales, Andalucía cuenta en esa época con nobles y terratenientes con gran fortaleza económica y de recursos, por lo que se proclaman caciques con la facultad de proponer al político de turno de su interés y velar que salga ganador. Las luchas entre caciques y por entrar bajo la custodia de uno fueron tan relevantes que en Jaén se pidió por la acción del Gobernador Civil con mano dura y que tapase los disturbios para no ser el hazmerreír de Europa. Los políticos que querían ser diputados, tras granjearse la benevolencia del cacique, no dudaban de pasar de un partido a otro. Hubo un momento en que un político conservador velaba por alcaldes liberales, puesto que eran antiguos compañeros de filas y alguien intentaba destituirlos porque eran parientes del mismo terrateniente. En las ciudades los cabezas relevantes de partido conseguían la Gobernación Civil, contando con amplios poderes (España tenía un régimen centralizado en esa época). En Almería se llegó a contar con 9015 votos para un candidato oficial, cuando el número de electores solo ascendía a 124. De esta manera, medio urbano y rural combinaban sus fuerzas para que los candidatos preferidos por los caciques llegasen al poder. En Aracena, Huelva y Albuñol, en 13 de 16 elecciones en el periodo 1891-1923, solo hubo un único candidato que automáticamente era elegido. En Granada y Almería se registraron episodios de violencia entre grupos de coacción o facciones enfrentadas. En 1907 intentó frenarse esta oleada de pucherazos y violencia mediante la decisión de que el Tribunal Supremo evaluase la anulación o no de votos dudosos en vez de la comisión de diputados. Aunque la intención fue buena y en el periodo entre 1890 y 1923 (año en que se suspende la Constitución por el golpe de Estado del andaluz Primo de Rivera) se anularon menos del cinco por ciento de los votos emitidos, muchos historiadores concuerdan que si a esas elecciones de ese periodo se hubiesen aplicado controles estrictos de validez como los actuales, la inmensa mayoría de las elecciones tendrían que haber sido anuladas.

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