domingo, 22 de abril de 2012

La Restauración en Andalucía: sociedad y economía


En este segundo y último capítulo sobre la Restauración vista desde el punto andaluz se va a describir la sociedad y la economía de la región. Otra vez hago extractos de los puntos narrados por Manuel Moreno Alonso en su ciclópea obra en tres tomos Historia de Andalucía.

Independientemente de la nueva postura de los andaluces ante los sucesos de la Restauración y de su convencimiento de que no se iban a arreglar las cosas, ya comentamos que destacaron multitud de políticos andaluces en la villa y corte de Madrid, además de en tierras andaluzas, aunque en este caso más que ideas y retórica política despuntaban por un afán de seguir en el poder y retroalimentar el sistema caciquil. Una minoría detentaba el poder político y económico de la región. Junto a Galicia, Andalucía se caracterizó por la corrupción en instituciones y en personas, junto a un derrumbe de la vida civil, que fue de manera implícita destrozada por los andaluces que preferían hacer chanchullos que aplicarse el cuento y obrar en función de lo que era legal, aunque la legalidad tenía un tufo de fuente de males. El escritor Juan Valera criticaba que la Diputación de Málaga y los ayuntamientos de la provincia estaban ocupados por brutos y ladrones que habían contraido una deuda millonaria y en vez de invertirla en alumbrado público, por ejemplo, se dedicaron a aumentar el tamaño de sus bolsillos y ayudar a familiares. La oligarquía andaluza estaba compuesta por una pequeña parte de nobles, puesto que habían perdido mucha influencia e iniciativa a la largo del siglo, tanto que apenas eran un porcentaje considerable en el parlamento y no gustaban de literatura ni de política. Los únicos nobles que participaban de política, con un aura de prestigio aún elevada, eran los de bajos estratos. De ocho nobles andaluces que fueron al Congreso como diputados, cinco fueron nombrados como tales hacía pocos años. Por tanto, y quitando la presencia aún importante de la nobleza en Sevilla, la inmensa mayoría de oligarcas eran representantes de la burguesía agraria de la zona. Muchos de estos burgueses adinerados encontraban lugar en el Partido Conservador, como los Ibarra, los Larios o los Rodríguez Acosta. Fuera de las ciudades también hubo oligarcas con ínfulas de caciques, aunque estaban siempre en competencia con otras familias que querían llegar a conseguir su puesto; las luchas fuera de la ciudad eran más encarnizadas. En el fondo los caciques no tenían ninguna preferencia por un partido u otro y vivían para realizar fraudes electoraes para poner a los suyos o conseguir más dinero y poder. Por tanto, para ser alguien en sus dominios eran necesarios favores y recomendaciones, incluso Azorín tuvo que devolver el favor de alcanzar un puesto de diputado arreglando una concesión de minas para el cacique que le había favorecido. Finalmente, en la idiosincrasia andaluza, que por aquellos años era sumamente analfabeta, ha quedado grabada a fuego la figura del señorito, considerado por historiadores como una rémora del señor del Antiguo Régimen o de la figura del hidalgo. Andalucía no era tierra de hidalguía, pero los señoritos abundaron sobre todo en localidades medianas y el entorno rural. El señorito se caracterizó como alguien de un estrato social elevado (en comparación con el entorno en el que se movía) que no tiene oficio conocido y cuida su apariencia hasta la obsesión, dejándose ver en lugares frecuentados, como en los casinos. Los viajeros extranjeros de la época no dudan en tacharlos de charlatanes y fanfarrones, que se creen mejor de lo que son, y jactándose de ello.

El aumento de población en Andalucía (o las tierras que llegarían a ser la Andalucía autonómica que conocemos) fue en aumento desde el final de la Guerra de la Independencia, a pesar de la gran mortandad en las epidemias de cólera de 1834, 1855 y 1885 (que se cobró cien mil víctimas). En tiempos tranquilos la mortandad era alta, pero estaba compensada por un alto índice de natalidad. Debido a las malas condiciones de vida se dio una fuerte emigración hacia Argelia en los comienzos de siglo y hacia América en el tramo final del XIX. Existió una emigración interna hacia Huelva, que aumentó su población por la demanda de trabajo minero pero no fue de mayor flujo migratorio que hacia el exterior.

En los comienzos de la Restauración la economía andaluza se frustró definitivamente. Las provincias, aún no recuperadas de la crisis de 1868, aunque tuvieron gran protagonismo en la consolidación de la revolución de La Gloriosa, no pudieron seguir la senda del resto de provincias españolas. Las riquezas mineras, importantes para España y su salida del ostracismo tras años de turbulencias, no repercutieron en las vidas de los andaluces, puesto que había multitud de capital extranjero y la materia prima salía rápidamente de Andalucía. Se dio entonces la ironía que cuando España salía de la crisis rimbombante, Andalucía no lograba aprovecharse de este éxito. Además de la retirada sin posterior inversión de materia prima y la existencia únicamente de empresas extranjeras en detrimento de empresas de capital andaluz, el monocultivo tradicional obligaba al paro estacional de los jornaleros. Que solo se pudiera trabajar para la siembra y recolección hacía que durante un tiempo los jornales fueran míseros y escasos desde el punto de vista periódico y mientras Andalucía siga basándose únicamente en la vid, el trigo y el olivo esto seguirá sucediendo. Si las políticas expoliadoras de la Restauración no fueran poco, la epidemia de la filoxera azotó con virulencia a los viñedos. El ferrocarril, que debía ser el símbolo del cambio y la agilización de la economía no terminó de serlo, excepto para algunos núcleos poblacionales muy localizados. Como ya se refirió la industria era escasa, y principalmente extranjera. El flamante inicio de la industrialización (sobre todo textil) en Andalucía fue truncada por la Guerra de la Independencia (y sobre todo no por manos francesas, sino de los aliados ingleses que no querían competencia) y terminó desviándose hacia el norte y levante español. Muchos beneficios de estas industrias no terminaban en suelo andaluz e iban a otras provincias.

Las clases sociales en esta época no pudieron vivir en comunión: explotadores y explotados, interesados en política y los que la veían como una amenaza, ideología burguesa o pensamientos revolucionarios... Es de resaltar que los caciques tuvieron alta culpa de esto, en un afán de evitar competencia. También hubo conflictos entre caciques, sobre todo entre los de las ciudades y los del ámbito rural. Muchas promesas de personas que podían animar a la sociedad andaluza o tenían buenas ideas terminaron quedándose en simples caciques y con afán de latifundios o adulación como cortesanos. La aristocracia no dudaba en reforzarse teniendo a sus pies a militares, terratenientes y políticos que agasajaban con títulos nobiliarios, tierras o dinero. La pequeña burguesía tenía más aires revolucionarios que la grande, conservadora por naturaleza. Tras la proclamación de la I República la pequeña burguesía gana fuerza y se ve truncada rápidamente con la Restauración y la consolidación de la gran burguesía. Esta, en vez de imitar a las de otras provincias y apostar por la evolución, se estancaron. Aquella, en vez de acercarse a los obreros y seguir luchando, prefirieron acercarse al poder para ascender. Ambas al final apostaron por conseguir negocios sencillos y conservar los privilegios. Esto fue la puntilla para las clases obreras, aborreciendo la política y buscando fuentes alternativas. Revueltas, marchas, huelgas, connivencia con la organización La Mano Negra, apoyo a las revueltas republicanas, expansión de los postulados de Marx y Bakunin, ilusión en la confección de la Constitución Federal de Antequera de 1883 (con fuertes resabios del anterior cantonalismo, con su apoyo a la creación de un Estado Andaluz en colaboración con otros Estados dentro de la República Federal Española y con una cantidad de adelantos democráticos y logros sociales que desgraciadamente quedaron en nada por las disensiones entre los grupos que se reunieron en Antequera y sus ideas sobre Cuba y la diatriba aislacionismo-federalismo reorganizado) y el inicio del odio de clases secular: el campesino andaluz será bueno, sencillo y sumiso, pero su ideología estará marcada a fuego con que el amo es el único enemigo y que las reglas no los ayudan, solo a los ricos. Azorín postula que esta psicología no llegó a triunfar por un proceso demagógico sino por un nihilismo espontáneo. Esta idea del campesinado terminará cobrando peso en las décadas posteriores y será fundamental tenerlo en cuenta si se quiere estudiar la Andalucía contemporánea.

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