miércoles, 17 de abril de 2013

Alfonso XII y las Cortes de 1877


En este año la apertura regia incide en el apartado de la guerra civil carlista. Si ya en 1876 avisaba que iría al norte a comandar los ejércitos ahora anuncia por todo lo alto su satisfacción como español y como rey por el final de la contienda. Explica que el bando victorioso ha sido clemente en las capitulaciones y que el periodo de paz será el punto de inicio para la reactivación de la agricultura, del comercio, de la industria y de las artes. Da a entender además que el despilfarro, la inseguridad y la indisciplina son los brotes lógicos de zonas en guerra. Pero también advierte que no todo son albricias, puesto que la guerra de Cuba continúa. España se juega en el panorama internacional su derecho y su honor. Destaca sobremanera el valor y sufrimiento de las tropas españolas, así como los aciertos de los mandos en el desarrollo de la guerra y proclama con júbilo que hay multitud de zonas donde la guerra ha pasado a un plano de bandolerismo, señal de una desorganización del bando rebelde y una inmediata llegada de la paz. Su anhelo es que la paz llegue a Cuba para que la Nación sea próspera y progrese.

Pero todas estas cosas no han de olvidar las penalidades que sufre el Reino. La desgracia viene más rápido que su recuperación. Alfonso XII confía en el saber hacer y el patriotismo de los representantes del Congreso de los Diputados y del Senado para remediar cuanto antes esta situación, si bien indica claramente que las penurias y miserias no se arreglan rápidamente en ninguna nación que las haya sufrido. También reflexiona el Rey sobre que solo la propia nación ha de sobreponerse a sus infortunios, aunque cueste tanto como arreglar una guerra. Alfonso XII pide entonces el concurso de todos para llevar a buen puerto la empresa en la que están metidos. No quiere juzgar a nadie ni las causas de cómo se llegó hasta allí, no quiere reprochar a nadie, solo guardar memoria para no volver a transitar dicho camino.

Ahora el Rey habla de sus viajes por el centro y este del país y el deleite del esfuerzo y trabajo de las ciudades y campos en un ambiente pacificado. Este clima trae mejorías a España y el Gobierno ha de contribuir a continuar y potenciar esta mejora, confesando que su alma estará siempre unida a este proceso y a la consolidación de la justicia. Para esto no hay que temer de interferencias extranjeras, puesto que se arreglaron problemas con Estados Unidos y hay relaciones cordiales con Alemania, Reino Unido y la Santa Sede. No se olvida Alfonso de mencionar a los territorios españoles de Filipinas y Puerto Rico, describiéndolas en sosiego y en que no deben ser olvidadas por las políticas gubernamentales. Los territorios de Navarra y las provincias vascas ya se han comprometido a cumplir las nuevas fiscalidades impuestas por Madrid.

Se congratula Alfonso XII por la nueva constitución y la conformación de las Cortes, además de las reformas de las leyes provinciales y municipales, así como de la anulación de la censura de ciertas garantías constitucionales. Para completar esta paz legal el Gobierno debe plantear leyes sobre el proceso electoral y la instrucción pública, además de llevar al cuerpo legislativo una ley de imprenta. También advierte que se hace necesaria una reforma del Código Penal, para que esté acorde con la Carta Magna de 1876. También avisa de la inmediatez de los presupuestos estatales y la necesidad de leyes que intenten paliar la inmensa deuda que tiene España, aunque estas no deberían tocar las partidas a los ejércitos de mar y tierra. Felicita el Rey a estos cuerpos militares por su instrucción y disciplina y dice que lo conoce de primera mano al haber capitaneado a las tropas en dos ocasiones a la vez que participaba en sus ejercicios y trabajos. Declara que el Ejército es digno de la Nación y de la historia de glorias imperiales, hecho confirmado por las buenas valoraciones del resto de grandes potencias.

Como resumen les dice a diputados y senadores que globalmente las cosas están bien respecto a lo que podía haber sido según el contexto con el que comenzó su reinado. Para mejorar es necesario reformar la Hacienda pública pero que en un corto plazo se han logrado cosas más difíciles que esta. Les confiesa que cuenten con él para garantizar la libertad y legitimidad de su trabajo y para mantener la paz lograda y el orden social. Finalmente, invoca a la Divina Providencia para proteger a los legisladores, así como para él mismo para poder seguir sorteando los obstáculos que podrían intentar frenar su trabajo impuesto por su cuna, su patriotismo y sus deberes constitucionales.

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