jueves, 11 de diciembre de 2014

La agitada vida de al-Afgani (4/4)

En 1895, tras las acciones de al-Afgani por evitar que sus adeptos fueran exiliados le visitó en Estambul Mirza Riza Kirmani, un iraní que era su devoto seguidor. Kirmani había estado varios años preso por actividades en contra del gobierno y lo primero que hizo al ser liberado fue visitar a su mentor. Parece ser que en tal reunión se forjó una idea: asesinar al Shah, ya que las tensiones entre el monarca y al-Afgani eran ya insoportables y Kirmani estaba tan convencido de sus ideales que la idea de volver a Persia y cometer magnicidio no le eran tan extrañas. Dicho y hecho, de vuelta al territorio iraní se hizo con una pistola y cuando Nasir al-Din se encontraba visitando un santuario a las afueras de Teherán disparó varias veces contra él. Así finiquitó su reinado y las rencillas con su mentor, mientras este preparada el medio siglo lunar de su gobierno, el 1 de mayo de 1896.

Pero Persia no podía soportar tal noticia y los hechos se ocultaron un tiempo, el suficiente hasta que la brigada de cosacos tuviera controlada la situación y los disturbios que podían suceder pudiesen ser rápidamente abortados. Y Amin al-Sultan tuvo buen acierto en llevar a cabo este movimiento. La razón era que se esperaban trifulcas y combates por el trono, debido a la debilidad del heredero, Muzaffar al-Din. Su hermano, Zill al-Sultan, gobernaba desde hacía algún tiempo un extenso territorio alrededor de Ispahan y su poder se había acrecentado. Muchos apostaban por él como nuevo Shah, pero terminó apoyando el orden sucesorio cuando vio que Rusia e Inglaterra no apostaron por él, sino por Muzaffar.

Cuando la cuestión sucesoria fue resuelta se ejecutó al regicida Mirza Riza mediante la horca y se pidió con denuedo la extradición de al-Afgani y de sus tres fieles seguidores, aún prisioneros en Trebisonda. El Sultán turco jugó sus cartas diciendo que no podía entregar a al-Afgani, puesto que era afgano y la jurisdicción iraní no le afectaba en lo más mínimo. Pero sí que fueron entregados sus acólitos, inocentes del plan de magnicidio. El príncipe Muhammad Ali Mirza se encargó de recibir a los tres prisioneros y ejecutarlos sumariamente en la localidad de Tabriz. Sin embargo, las acciones de al-Afgani no se prolongaron más tras este golpe, puesto que un cáncer se apoderó de él y lo consumió de a poco, llegando su fin en el año 1897.

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