Nos juntamos los amigos del trabajo para montarnos en tren y hacer la afamada Ruta de los Volcanes. La noche previa, en Quito cenando en un mexicano. Lo malo de ese día es que amaneció algo nublado en la provincia de Pichincha y los volcanes no estaban muy cerca (se veían por lo alto que eran) y aparecían y desaparecían de vez en cuando.
La estación bastante restaurada, pero en un barrio con cosas medio raras, una estatua de Neptuno pintada como en un trabajo de primaria y medio en bolas. Un rápido desayuno y hacia el tren. Lento recorriendo el sur de Quito, aunque después nos insertó en campos y bosques muy hermosos. El recorrido siempre merece la pena y los pueblos en los que para son muy coquetos, con nutritivos desayunos o con bailes típicos de la zona.
Finalmente, llegamos a un páramo conocido como El Boliche, con altos árboles y algo frío. Fin de trayecto, pero muy hermoso y relajante. Incluso hay cabañas para alquilar y desconectarse de todo. Lo malo es que insertaron especies foráneas que atacan con hongos a las nativas y el páramo a la larga puede verse seriamente afectado. Y es una de las zonas de recolección de agua que suministran este preciado producto a Quito. Unos tés de coca después, miramos un pequeño museo sobre leyendas fantasmales donde están involucrados los ferrocarriles. A la vuelta, nos quedamos en Machachi para ver una granja-escuela, con multitud de animales de lo más variopintos. Y el guía tenía la verborrea muy activa. Entre leyendas y la aparición al fondo de un enorme volcán hicimos el viaje de vuelta hasta Quito.
Algunos aprovecharon para ligar y suscitar jocosos comentarios. Al final volvimos al hotel para intentar descansar más que la última noche, donde unos borrachos con sus alaridos complicaron el descanso. Pero esta vez, después de cenar en un árabe, pudimos dormir y desayunar fuertemente. Un paseo por la Mariscal nos conectó con el tiempo ideal para retornar a Ibarra.
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