martes, 15 de septiembre de 2015

Drama inmigratorio

Terrible drama el de la migración forzosa. Miles de personas huyendo de una muerte segura intentando soportar penurias y peligros para llegar a un lugar en el que creen ilusamente que les va a acoger y permitir prosperar.

Estos terribles sucesos no son nuevos, aunque lo parezca. Es lo malo de la novedad de las redes sociales, que lo dan todo por reciente y la memoria es corta. Tan corta que ya nadie se acuerda de las pateras y cayucos que cruzaban casi al límite el Estrecho de Gibraltar o llegaban a las Islas Canarias. Es que la foto del niño ahogado es brutal, aterradora, que nos hace tomar conciencia de la desidia europea, la conmoción del ciudadano medio y de la depravación de las mafias y las opresiones de Medio Oriente. Pero también la foto del niño ahogado nos hace olvidar que hace poco nos horrorizábamos con las brutales represalias y de las mortíferas vallas que existen en la frontera España-Marruecos. O los ahogados en el Estrecho, o las represiones que había en las costas italianas. Ya África no vende, por desgracia.

Pero el quejarse de la desidia europea no es que ayude mucho. Ni poner carteles en ayuntamientos dando la bienvenida a los refugiados. Ni dando tu casa si eres un primer ministro. Hay que arremangarse, colaborar, hacer leyes que permitan acoger a los refugiados que escapan de una larga guerra en Siria o del fanatismo del Estado Islámico. No vale nada quejarse y pasar a otro tema. No vale hacer medidas populistas que contenten a dos o tres cuando tienes el poder de ayudar a cientos de familias.

Sí, del polvo de Bush-Aznar-Blair vienen estos lodos. Muchas primaveras árabes se han torcido y han sido copadas por extremistas islámicos. Todo proceso democrático ha tenido sus pasos adelante y hacia atrás. España es un claro ejemplo. Pero no se puede hacer el moralista diciendo que si no hubiesen metido la nariz todo estaría más tranquilo. O sea, que se apoyaban a los dictadores genocidas de antes porque no armaban mucho lío y tenían controlados estos problemas. De piedra me quedo. Vale que los apoyaran los gobernantes, deseosos de tener perros de la guerra que les quitasen el problema de las manos. Vale que políticos ignorasen las ansias democráticas porque les dejaban barato el petróleo. Pero los ciudadanos de a pie, los presuntos demócratas, ¿cómo es eso que no querían que levantasen a sátrapas? Indignarse porque iban a poner a otros que les hicieran caso es lógico, pero quejarse de que quitaron a un dictador es para que se lo revisen.

Y ya hay algunos moralistas, muy retrógrados por cierto, que hablan del fin de los valores democráticos occidentales. Es decir, que Europa va a ser arrasada por el fundamentalismo de unos y el buenismo de otros. A ver señores, riesgo es pero hay que consensuar la libertad personal y la libertad estatal. Mejor dicho, la libertad colectiva. Puede que por tu religión te ofenda la cruz blanca de la bandera de Suiza, pero eres libre de quejarte tanto como es libre la sociedad de pasar de tu queja al no afectarte en serio. Hay que dialogar hasta dónde uno cede: es el alma del consenso, el fruto que otorga una excelente convivencia. Y claro, los 'moralistas' olvidan la influencia que puede tener la sociedad en la persona. También merecería la pena reflexionar, sobre todo antropólogos y sociólogos, dónde fallan las sociedades europeas que no permiten la integración total de sus migrantes. Si no, recordemos que las familias inmigrantes en la Europa tras los procesos de descolonización, pensemos ahora en las nuevas generaciones no adaptadas, en los guetos, en el resentimiento...

Veamos también que no dicen nada de los inmigrantes cristianos, como si fuesen más cándidos o se adaptasen mejor que los musulmanes. Olvidan los 'moralistas' sobre que las sociedades occidentales son básicamente laicas y que hay mucha idiosincrasia compartida en el país de origen. No hay inmigrantes buenos y malos. Bueno, malos pueden ser los terroristas infiltrados entre tanta desesperación. Pero eso es lo mínimo, lo anecdótico y estos personajes hacen publicidad como si fuese el gran plan del Estado Islámico para destruir a Occidente. Lo hacen para que, por medio de falacia, desconfiemos y rechacemos a todos los inmigrantes. ¿Qué pasa? ¿No confían en la efectividad probada de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado? ¿No recuerdan que los procesos de radicalización ocurren en personas descendientes de inmigrantes?

Las monarquías del Golfo Pérsico, con cuentagotas, están abriendo sus puertas a los refugiados. Quieren que tengan es estatus de trabajadores para refrenar sus derechos en consonancia de su muy limitada concepción democrática. Pero Europa no puede medirse con este rasero. Ha de crear, y pronto, el suyo. No dejar a esta gente desamparada en barrios pobres y mendigando, a un paso de ser usadas por las mafias. Tiene que invertir y hacer que todo esto sea útil tanto para los inmigrantes como para la sociedad receptora.

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