jueves, 19 de mayo de 2016

Hacia la permeabilidad del Estado-Nación

Hace poco leí una interesante entrevista a Álvarez Junco sobre los Estados-Nación. Evidentemente, llega a muchas conclusiones que había intuido y más siendo uno de los temas de estudio de mi esposa. La concepción de Nación, ente cultural y lingüístico, nace y se arraiga con fuerza en el siglo XIX en un intento de aplastar a los imperios aglutinadores y homogeneizadores. Monarquías que incorporaban a diferentes pueblos con una tendencia a eliminar sus costumbres. Los Imperios, los Reinos, deberían funcionar políticamente y administrativamente de manera independiente a la actuación del monarca, es decir, funcionar como el Estado que hoy conocemos. El romanticismo decimonónico ayudó a afianzar la idea que cada Nación ha de tener su Estado propio. ¿Quién mejor que el propio paisano para conocer lo que está necesitando tu gente?

Fue así donde los nacientes Estados-Nación, finalmente consolidados al finalizar la I Guerra Mundial, determinaron fronteras fijas e inamovibles, cuestión de guerras si se violaba el más mínimo acuerdo. Dentro de esas fronteras la sociedad tenía que ser homogénea, tener una cultura común. O sea, lo que se criticó durante los imperios ahora se aplicaba para los habitantes. Quizás esta homogeneización no era tan fuerte o drástica como antaño, pero de sobra es conocido que cualquier comunidad humana que quede relativamente aislada del resto, desarrolla sus propias particularidades, incluso dentro de una misma Nación. Además, ya fuese como novedosas repúblicas o monarquías reconvertidas, la soberanía era ejercida firmemente en el país que ocupaba la nación. Ya fuese el pueblo, o las Cortes, o los Jefes de Estado, pero la soberanía era algo que te permitía decir y hacer dentro de tus fronteras lo que deseabas.

Ya eso no tiene sentido, ni por asomo. Ojo, no estoy diciendo que el Estado-Nación hoy esté obsoleto y haya que quitarlo por algo que aún no está del todo claro. Los Estados-Nación siguen poseyendo un poder simbólico y jurídico aplastante y siguen funcionando. Pero tienen que ser repensados, reimaginados y, con el tiempo, abolidos. Al menos esa es mi opinión. Si bien Francia tuvo mucho éxito (aunque el proceso merezca hoy reprobación) en la homogeneización, España no (aunque el proceso merezca hoy alabanza). Zapatero, al menos que recuerde, fue el primero en quitarse pudores y definir a España como una Nación de Naciones. No olvidemos el concepto de nacionalidad en la Constitución de 1978, dentro de la indisoluble Nación Española. Ya, por suerte, había quedado atrás el lema de Una, Grande y Libre. Hoy, inspirados por la Bolivia que una vez se inspiró en nosotros, habla sin miedo la casta política de plurinacionalidad. Y ya los que me siguen (lo siento, neófitos) saben que la defino como un Estado compuesto de varias Naciones, incluso antes de que se pusiera de moda hacerlo.

Pero no solo la coexistencia de varias naciones en un antiguo Estado-Nación pone en entredicho a esta construcción humana. La migración desde la segunda mitad de siglo XX, con los procesos descolonizadores, también tiene parte en esta cuestión. Ciudadanos que abandonaron su lugar de nacimiento para tener una oportunidad en un nuevo país, comunidades que se forman, descendencia y trascendencia de la cultura natal. Antes por el aspecto de una persona podías identificar más o menos de qué país era pero hoy en día, afortunadamente, la mescolanza es tal que ya es difícil. La segunda o tercera generación, bien integrada, tiene incluso oportunidades de participación y ascenso político y social. Es más, incluso puede haber más vínculos que entre los añejos nacionales, puesto que la diferencia entre clases puede ser abismal si el Estado siguió unas políticas de poco sentido social. Familiares, viajes, globalización, abandonan ya la idea de frontera rígida, si bien los trámites migratorios y las opiniones racistas y xenófobas sigan resonando y dificultando la integración... o conllevando la falta de ella. Aún los Estados-Nación intentan ver al migrante como alguien foráneo, alguien cuya participación en la vida política que le afecta ha de ser limitada, al menos durante un tiempo.

Y bueno, el concepto de colaboración, el de acuerdos comerciales, económicos y turísticos, la supranacionalidad. Los valores de la Unión Europea antes de sustituirlos por las vallas con alambre de espino. Las ansias de movilidad en el Mercosur. Sí, poco a poco, para mejorar esta interconectividad, los Estados-Nación han de ceder soberanía. Ya deciden en otras instancias y el Estado solo tiene que refrendarlas. Ya se debate para el bien común de varios países, a pesar de que a la bancada nacionalista le duela esta pérdida hacia arriba (y no hacia abajo) de soberanía. No se pueden, a mi criterio bajo esta sociedad mundial actual, ir concibiendo Estados-Nación cada vez más pequeños. Lo que ha de hacerse es pensar en Estados-Nación si no más grandes (para no repetir la época de imperios) más fluidos, menos fijos, heterogéneos, con fronteras desdibujadas. Permeables. Recuerdo que la especie humana ha sido durante muy poco tiempo (como unos 8000 años) sedentaria. El nomadismo genético no combina bien con el concepto decimonónico de qué es un ciudadano y qué es un Estado-Nación.

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