lunes, 14 de agosto de 2017

El desprestigio de la rojigualda

Aprovechando que hay por fin huecos en mi agenda, retomo con fervor este blog, con el que he caminado largo y tendido durante mucho tiempo. Voy a poner de manera más o menos ordenada unas reflexiones que me surgieron al leer la tesis de D. García Fuente, donde hace un detallado repaso de las vivencias de la bandera rojigualda, la cual ha tenido momentos buenos y momentos malos. La cuestión es saber por qué, ya que si representa al Estado debería quedar afuera de conflictos internos de tendencia política.

El tema de su confección como bandera de la Armada en los tiempos de Carlos III parece ya bastante conocido. No fue sino hasta 1843 en que no se convirtió, por su popularidad, en la bandera del ejército. Se la llamaba 'bandera nacional', ya que en el proceso de formación de los Estados nacionales convenía crear enseñas comunes y que no fuesen las del monarca de turno. El uso en otros aspectos que el militar no era muy común por aquella época, por ahí la relevancia que la usara el ejército. Pero, como su nombre indica, representaba a la Nación y así sucedió durante esos años. La revolución de La Gloriosa de 1868 vino a confirmar esto, o sea, que la bandera nacional era de la Nación y no representaba la Monarquía isabelina, que ya poseía de por sí sus propios emblemas. Es más, el Gobierno Provisional lo único que tuvo que hacer fue confeccionar un escudo nacional propio, alejado del escudo real que era el que había hecho las veces de representación nacional, aunque sea un poco raro llamarlo así antes de las conformaciones nacionales. Tanto Gobierno Provisional, como la Regencia de Serrano mantuvieron la bandera rojigualda, así como la monarquía de Amadeo I, el cual, como representante de una nueva dinastía solo modificó el escudo nacional.

La llegada de la I República, tanto su corte federal como su corte unitario, mantuvieron la bandera roja y amarilla, aunque eliminaron la referencia a la corona que se representaba sobre el castillo y el león (este aún coronado). Si bien se propuso algún que otro modelo para crear una nueva enseña nacional, no pudieron ganar ningún concurso al considerar las propuestas menos atractivas que la bandera rojigualda.

Las cosas cambiaron con la Restauración alfonsina. La legitimidad de esta nueva monarquía se basó en que la existencia de un rey era consustancial a España y que solo la presencia de un monarca podía asegurar la paz y la prosperidad en España. Monarquía y España, según las tesis de Cánovas del Castillo, eran indivisibles, luego los símbolos nacionales españoles también representaban a la monarquía española. Cánovas intentó entonces convertir a la monarquía en algo común, un emblema nacional más y su táctica fue asociar la rojigualda a la Familia Real. Ambas entidades nunca estaban por separado, en cualquier visita, desfile o discurso, los miembros de la Familia Real iban acompañados de la bandera rojigualda, y también del himno nacional. Con el paso de los años se consiguió el objetivo, la aceptación de la monarquía, pero a cambio de que la rojigualda fuese considerada como un elemento monárquico más y no como un elemento nacional. Así quedaron vinculados los colores rojo y amarillo a la monarquía.

Con Alfonso XIII empezaron a surgir con fuerza los nacionalismos vasco y catalán. En los inicios del siglo XX el nacionalismo periférico intentaba eliminar trazas del nacionalismo español. Su táctica fue clara: atacar la figura del rey. Pero más que ir contra la persona en sí, fueron hacia el elemento que siempre lo acompañaba, la bandera. Los ataques a la bandera y los ultrajes no pararon ni un momento, incluso generaron represiones y crisis políticas que terminaban con la caída del Gobierno de turno. La Ley de Jurisdicciones, de 1906, incluso penaba con fuerza cualquier ultraje a la enseña. A los nacionalismos también se le sumaron grupos republicanos, cada vez más numerosos y mejor organizados. Estos también tenían asociada la bandera rojigualda el régimen monárquico, luego también la atacaban.

En 1915, visto lo visto, se intentó revertir la situación. Se intentó volver a crear la distinción entre monarquía y bandera nacional. Es por eso que empezó a verse la enseña en consulados y embajadas españoles en el extranjero, en un intento de que las potencias extranjeras vieran que monarquía y Nación poseían símbolos diferentes. No influyeron mucho los medios foráneos en la opinión de los españoles que se nutrían de ideas extranjeras, aunque la cuestión de separación iba a ir para largo.

La dictadura de Primo de Rivera potenció el uso de la bandera nacional y penó con crudeza cualquier ataque a la monarquía o a la bandera. Si bien en 1927 la enseña rojigualda sustituyó a la tradicional bandera mercante española para hacerla más presente en la vida cotidiana y en los negocios, estas represiones crearon más desapego tanto a la monarquía como a la enseña rojigualda. En la posterior etapa, conocida como Dictablanda, se intentó relajar la persecución de los ultrajes e incluso se propuso el uso de banderas regionales junto a la rojigualda. Pero ya era demasiado tarde. El advenimiento de la II República también portaba una nueva enseña, la tricolor. Parte inferior morada, franjas de igual anchura, escudo renovado y colocado en el centro de la enseña. Aunque en un principio vino para representar la Nación y sustituir a una enseña desgastada y manipulada, poco pudo hacer mella. Los ataques al nuevo régimen y a su bandera creó bandos y pronto se asoció la tricolor al movimiento republicano, perdiendo su intención original. La Ley de Defensa entonces persiguió con esmero toda exaltación a la monarquía o a la bandera bicolor.

Las esperanzas de nueva oportunidad para España pronto se truncaron y estalló una sangrienta Guerra Civil. Si bien las tropas sublevadas comenzaron utilizando la bandera tricolor en un intento de convencer de que seguía intacta la lealtad a la República, a los pocos meses empezaron a colocar una tira roja en la banda inferior. Esto no solo se hizo para diferenciar bandos, sino para atraerse a los combatientes requetés, aquellos soldados afectos al antiguo carlismo, los cuales seguían abanderando la enseña rojigualda. Franco entonces intentó insertar la bandera como emblema nacional, alejado de connotaciones monárquicas, aunque fuese monárquico no tenía intención de alejarse del poder y aplicarlo con mano de hierro. La 'nacionalización' de la bandera bicolor se hizo colocando un nuevo escudo, muy alejado de los usados hasta el momento y lo llenó de alegorías imperiales y lemas fascistas.

La política franquista del uso de la nueva bandera y su aceptación hizo que fuese enarbolada en festejos, actos religiosos, usada como banderines en el deporte o como decoración. Incluso se decretó su izado en colegios. Las protestas al régimen dictatorial, a pesar de ser fuertemente reprimidas, nunca se anularon. Pero en vez de protestar con la enseña tricolor, asociada ya el régimen republicano, se enarbolaban banderas regionales. Poco a poco empezaba a surgir una oposición al régimen que apostaba por democracia y autogobierno y en las zonas donde una vez primó el nacionalismo periférico, volvieron a verse de nuevo las antiguas enseñas. Y en otras regiones también empezaron a verse en eventos deportivos o folklóricos enseñas de reciente creación.

La muerte del dictador dio alas a la oposición democrática. Los grupos de izquierda enarbolaron pronto la enseña tricolor y las pretensiones de autogobierno iban enmarcadas con multitud de banderas regionales. La Transición generó un pacto y una mezcla: la bandera nacional seguiría siendo la bicolor pero con un escudo renovado y en el texto constitucional se consagró el uso y protección de las banderas regionales, a pesar de las pataletas de algunos políticos relevantes. Las banderas autonómicas pronto se hicieron muy populares, tanto que durante la década de los '80 apenas se vio la bandera rojigualda. Los nuevos gobiernos autonómicos querían crear en la sociedad un apego por su nuevo territorio y la mejor manera fue usando masivamente sus símbolos. Tácitamente la bandera nacional intervino poco e incluso se aconsejaba su ocultamiento. Quizás en favor de la publicidad de las nuevas enseñas, quizás para purgarla de las connotaciones franquistas.

Si embargo, la Familia Real también iba siempre acompañada de la enseña rojigualda, lo que ha hecho retomar la asociación de bandera bicolor con monarquía. Ocultarla tanto y solo mostrarla en estas situaciones ha vuelto a ser contraproducente. Pero a la entrada del siglo XXI, la enorme cantidad de éxitos deportivos hizo que recobrase una nueva fuerza la enseña bicolor, perdiendo el miedo a usarla y mostrándola incluso en balcones particulares. La enseña volvió a tener visibilidad y los organismos oficiales incluso volvieron a usarla en mástiles que habían estado la mayoría de las veces vacíos. Los rifirrafes en ayuntamientos vascos empezaron a ser anunciados en los medios de comunicación y su uso o ultraje en manifestaciones separatistas han tenido repercusión.

Pero bueno, la crisis económica e institucional tan fuerte que ha vivido España ha provocado, de nuevo, un desafecto en todo símbolo estatal, bandera incluida. La decepción en la política, las instituciones y los representantes ha hecho que se vuelva a ver con simpatía enseñas tricolores y regionales, ahora con significados y modificaciones que tienden más al separatismo. La historia parece volver a repetirse.

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