viernes, 25 de octubre de 2019

Diario de Viaje: Almorox (Octubre de 2018)

Ya con los días más cortos y con una temperatura no tan fuerte daban ganas de volver a hacer senderismo. Almorox queda muy cerca del límite norte de la provincia y es un pueblo pequeño, aunque muy fácil de llegar a él y con unos alrededores espectaculares.

La primera vez fuimos a la urbanización El Pinar, donde entre cuestas estaban las casas enormes, muy cerca se extiende el pinar que le da nombre y te permite dar unas vueltas en la naturaleza y parar en algún claro a comer algo, a pesar de que las hormigas se ponen como locas. Callejeando vi algunas banderas, si no recuerdo mal en una casa estaba la pirata y la extremeña y en otra, para gran sorpresa, la europea y el pendón real escocés. Mira tú por donde.

El pueblo en sí es pequeño, tiene la iglesia de San Cristóbal, que da justo a la carretera y tiene un pórtico bastante bonito. También está la plaza central, con el ayuntamiento típico de estas latitutes y la famosa Picota, que es el rollo de justicia. Hay algunos lugares curiosos y algunas placitas bien arregladas pero no es nada del otro mundo.

En otro viaje decidimos mi esposa y yo hacer una buena ruta de senderismo, la del Lazarillo. Es una pasada, pues te va internando en las estribaciones de la sierra y si al comienzo el paisaje es árido, te va metiendo por caminos bordeados de muros de piedra que separan terrenos privados. Las rocas graníticas cada vez se hacen más grandes y el camino serpentea hacia arriba y abajo, con algunos castaños bien cargados de sus frutos. La ruta llega a cruzarse con algún camino real de ganadería, no sé si es el de la Mesta transhumante. Incluso llegar a pasar por una carretera que tiene carteles de fin de comunidad autónoma castellano-manchega e inicio de la comunidad madrileña, es caminar justo entre fronteras. De ahí tuvimos un percance pues alguien dejó vía libre a cuatro perros gigantes con pocas moscas. Mi perra ni intentó hacer nada de lo amenazantes que eran y con comida, mimos y paso lento pudimos dejarlos atrás. Fue tenso, porque nadie se dio cuenta. Si llegan a atacarnos...

Ya en la última parte del camino se divisan bastante mejor las montañas de la sierra e incluso se puede atisbar algo de nieve. Algún caserón diseminado da lugar otra vez a vegetación rala, donde se supone que están los restos de la ermita de San Julián, centro arqueológico que se supone que fue antiguamente una necrópolis. Ya de vuelta la orografía volvió a cambiar y las casas de fin de semana empezaron a brotar por todos lados. La naturaleza y la disposición de algunas casas me recordó mucho a los paisajes de la sierra ecuatoriana.

La energía no daba para mucho más, aunque pudimos ver el antiguo lavadero y logramos llegar a un bar para poder reponer energías tras tantos kilómetros de caminata.

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