sábado, 26 de octubre de 2019

Chalecos amarillos

Ya parece que esto pasó hace décadas, que sucedió en lugares distantes un corto tiempo. Y todo lo contrario. Las medidas de Macron para favorecer la transición energética pasaron por aumentar el precio de los combustibles fósiles y muchos se echaron a la calle. No solo agricultores y gente de campo que dependen del gasóleo, sino gente de toda condición y lugar. Y es lo que me esperaba de la idiosincrasia francesa: su actitud tan recta y poco emocional generada por estrictas imposiciones se rompe bajo ciertas circunstancias y explota todo lo reprimido. Es por eso que no solo protestaban personas directamente afectadas en mayor o menor grado, sino que se generó caldo de cultivo para sacar la rabia interior. Ojo, esto no le quitaba legitimidad a las protestas, sino más bien las hizo más virulentas y duraderas.

El chaleco amarillo creo que se usó por ser un atuendo típico que está en casi todo medio de transporte motorizado, lo que tenían más a mano los agricultores para identificarse como colectivo, por ejemplo. Quizás con intención o no, usar un chaleco sin significado creaba una atmósfera apartidista del motivo de la protesta. No era contra el partido político de Macron, ni ideología de tal o cual rama la que abrazaba y alentaba las protestas, sino gente enfadada que siempre sufre todo cambio para mal. Eso sí, a medida que se recrudecían las protestas y no solo se localizaban en París, banderas de todo signo pulularon en las manifestaciones. A bote pronto recuerdo, cómo no, las de índole comunista, francesas (por supuesto), corsas, bretonas, francesas con la cruz de Lorena (en alusión a la resistencia liderada por De Gaulle) e incluso francesas de la época monárquica. ¡Menuda mezcla!

Leí bastante que el movimiento de chalecos amarillos estaba siendo coordinado por personajes muy ligados a la ideología de la familia Le Pen, que eran conocidos por sus ideas retrógradas y su capacidad de crear altercados. Pero si soy sincero no sé si es que la extrema derecha fraguó todo esto para dinamitar al Presidente o si intentaron acaparar algunas de las protestas. No cuento con esa información por ahora. Eso sí, ha sido asombroso la capacidad que han tenido de organización masiva y puntual sin levantar sospechas de los cuerpos y fuerzas de seguridad de Estado. Vigilaban redes, vigilaban sospechosos pero nunca sabían si en tal o cual ciudad ese sábado, a una hora particular, se iba a congregar mucha gente para liarla parda. A Macron no le temblaba la mano de usar mano dura, la represión policial alcanzaba cotas difíciles de soportar, por mucha legitimidad que tenga la violencia estatal. Incluso se propuso la idea de si la cosa se ponía mal, que los agentes pudiesen usar armas de fuego. Herido y mutilados ha habido, eso sí es una prueba.

Pero las protestas no solo fueron destruir por destruir, la subida del precio de los combustibles fue frenada. Y a todo esto se le sumó un paquete de medidas de subidas salariales y menos impuestos a los jubilados. La aplicación de medidas sociales extra ha calmado mucho los ánimos aunque de los reclamos iniciales aún quedan puntos sin ser concedidos o, al menos, ser debatidos (como por ejemplo la reimplantación del impuesto a las altas fortunas, derogado por Macron).

Muchos países, España incluida, intentaron imitar a los franceses y se dieron algunas concentraciones de chalecos amarillos que reclamaban asuntos similares. Sin embargo, ha sido una moda pasajera que no logró convocar a mucha gente. ¿Por qué? Simplemente porque estos brotes de protesta forman parte de la idiosincrasia francesa, están justificados (o entendidos si suena fuerte lo otro) en el marco societario que ha constituido la República Francesa. Fuera de este marco se hace poco entendible, o se politiza rápido.

Si es legítimo o no usar actos violentos para lograr los puntos políticos que defiendes lo voy a dejar para otro momento. Aún ando pensando sobre el tema, a pesar de que cada día tenga menos tiempo de relax y de ejercicios de reflexión.

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