lunes, 8 de marzo de 2021

Diario de Viaje: Villacañas (Febrero de 2020)

 Los días comenzaban a ser más calurosos y la energía para pasear aumenta. Tienes en mente que si ahora no vas a sitios de planicie en verano van a ser insufribles, así que cogimos el coche y empezamos a ir al este de la provincia, llegando a la zona manchega de Villacañas.

El objetivo era llegar a las lagunas del lugar antes de que se secaran pues el año había apuntado a poco lluvioso. De seguro no íbamos a encontrarnos con aves migratorias pero merecía la pena darse un paseo por esa zona ecológica de gran valor. En el camino nos encontramos a un par de cazadores dementes que iban caminando muy cerca de la carretera y apuntando a cualquier cosa que iniciase el vuelo. Un peligro porque puede haber un perdigón perdido que llegue a la carretera y alcance a un coche. Esta gente está fatal de la cabeza, ignorando cualquier tema de seguridad.

Pasado el susto nos desviamos cerca de Villacañas y paramos en una zona acondicionada cerca de la laguna de Tirez, ya bastante seca, pero con zonas aún verdes y con sitio para caminar. En parte te imaginas al gran don Quijote a lomos de Rocinante recorriendo aquellas tierras secas y ventosas, y sorprendiéndose al llegar a este vergel. ¡Seguro que viviría alguna loca aventura!

Cruzamos la carretera y llegamos hasta la laguna de Peñahueca, con más agua que su compañera y nos paramos en una cabaña de observación. Más para protegernos del Sol, que para intentar ver fauna, que con tanto calor seguro que ya habrían terminado de migrar. Ahí de nuevo Google me jugó mala pasada, porque indica un camino hacia la laguna de Taray que no existe (quizás nunca existió, quizás existía y labraron sobre él). Bueno, atravesamos el campo arado y vimos una abertura en una verja, llegando por fin al camino que lleva a la laguna. Pero no pudimos verla bien, estaba rodeada de vegetación alta y zarzas. Es más, no sé si había también una cerca.

Cuidado en la vuelta porque atravesamos una zona de pinos y los nidos de procesionaria inundaban todo. Ir con perro cerca de la primavera se vuelve complicado. Al final llegamos al cruce con la Cañada Real soriana oriental, con un muy erosionado poste con la cruz de la Orden de San Juan, custodios del camino. Y esto te recuerda que la mayoría de La Mancha fue administrada por esas legendarias órdenes de caballería. Cogimos el coche y fuimos a repostar y de ahí a un cercano restaurante. Un anciano se asustó porque nos cruzó con su coche en la laguna de Taray y nos vio de nuevo, decía que cómo habíamos llegado caminando tan rápido. ¡Ja! No contaba con el coche. La comida fue excelente y el trato cordial y amable de todo el mundo chocaba con la aspereza típica del toledano. Un lugar al que hay que volver.

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