domingo, 5 de julio de 2020

La Europa que no levanta cabeza

La Unión Europea hunde sus raíces en la idea de poner en común la materia prima, de poner en común ideas, decisiones y políticas para evitar las desconfianzas y tensiones que terminaron desembocando en la II Guerra Mundial. La idea fue ambiciosa pero necesaria y con mucho esfuerzo se ve que la idea en sí tiene más beneficios que puntos en contra. Idealmente, cada vez la Unión debería tener más potencia, más soberanía y terminaría convirtiendo a los Estados miembros en macroprovincias de los Estados Unidos de Europa, con un peso económico y poblacional que puedan hacerle frente a Estados Unidos de América y China. Unidos somos más fuertes.

Pero es sueño europeo ha quedado muy en entredicho. La crisis mundial resintió el Estado del bienestar, pilar básico de la Unión Europea. El viejo continente se demostró que quedó como un museo gigante, un lugar con muchas cosas logradas que está satisfecho con lo que ha hecho, pero que el juego, la toma de decisiones, queda muy lejos. Como un anciano con todo resuelto que mira a los niños salir de la escuela, ve que ellos van a decidir sobre el futuro de todo y él queda como acomodado espectador. La crisis conllevó unos problemas migratorios espantosos, miles de personas huían de la miseria, de la guerra y Europa mirando a otro lado. O peor, generando Estados colchón, como Turquía y Marruecos, que gestionen en sus territorios a los refugiados que intentan llegar a Europa.

En el tema refugiados queda claro que aún queda muy lejos una Europa unida. Cada uno gestionando sus fronteras sin contar con los demás. Sí, la soberanía nacional te indica que puedes decidir cómo gestionar tu territorio, fronteras incluidas. Pero si tendemos a políticas comunes, a decisiones consensuadas, que Italia y España hagan y deshagan a su gusto juega muy en contra.

Y con el coronavirus, con esta nueva crisis global, se ha visto que el espacio Schengen puede ser activado a desactivado a voluntad de unos pocos, y que las fronteras pueden ser levantadas a capricho de cada país. Por ejemplo, España quiso poner cuarentenas a viajeros, Francia cerró con candado sus fronteras, muchos pedían reciprocidad, otros se aislaban, etc.

La salida de Reino Unido a inicios de año puso en evidencia todas las falencias de la Unión. Muchos, yo me incluyo, veíamos muchas cosas que no nos gustaban pero que apoyábamos el proyecto europeo como algo real y el mejor camino que se puede tomar para el bienestar de 500 millones de europeos. La ultraderecha, con la palabra soberanía en la boca, se ha hecho fuerte con su mensaje euroescéptico. El populismo capta la indignación, la bronca general, y la vuelcan en un enemigo que no es tal, sino que quieren aislarse y hacerse fuertes en el sentido de nacionalismo y xenofobia, el mismo caldo de cultivo que en los años 30 del siglo XX. Cuidado con tales cantos de sirena, que criticar algo no quiere decir que te salgas o que tengas que desmontarla para iniciar el ciclo de disgregación, enfrentamiento y unificación.

Pero no vale hacer oídos sordos con lo malo. Leyes europeas propias que son aplicables a las institcuciones europeas y que llegan a ser algo oscuras, doble sede parlamentaria, mecanismos complicados y poco proselitismo en afán de un sentimiento europeísta, la fuerza del BCE y otras instituciones europeas que pueden ser, o no, parte del entramado de la Unión, pero que al final hacen y deshacen a su antojo y sin supervisión (o supervisión muy somera). La mancha que aún carga sobre la Guerra de los Balcanes, que ocurrió como quien dice en su patio trasero y la ignoraron. Las derivas autoritarias de Hungría y Polonia. La connivencia con países dictatoriales. La insolidaridad cuando la crisis aprieta. Las ganas de despilfarrar fondos europeos como si fuese dinero caído del cielo. La falta de control de paraísos fiscales dentro de sus propios territorios, como Países Bajos, Luxemburgo...

Son cosas que hay que afrontar con cabeza fría y mirada fuerte para arreglarlas de una vez por todas. Desgraciadamente, siempre que hay una crisis y la Unión fracasa en cómo atajarla se dice como un mantra que hace falta reflexión y que hay que cambiar cosas y reformar la Unión para que haga tal o cual cosa. Pero nunca se hace. Y eso es lo preocupante, que justo antes de arrancar se hunda el proyecto. Yo no quiero, sinceramente, que tanto esfuerzo, tantas buenas ideas, queden en la nada. Pero, eso sí, ya basta de golpes de pecho por no estar a la altura la Unión Europea y empecemos a arrimar el hombro y a afrontar los cambios en serio.

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