En esta aldea abandonada solo quedan los restos de dos o tres casitas y una iglesia con su altar. El paraje siempre es incomparable, aunque ya no estaba uno tan solo porque en las pozas del Flumen había bastante gente disfrutando de algo de agua (no había mucha) muy clara.
Intentamos caminar un poco pero se hacía bastante complicado el avance corriente arriba. Así que bajamos un poco para tener más lugar y no estar tan apretados. Aún coleaba el temor pandémico.
A la vuelta tuve un susto enorme porque la carretera es estrecha y tras una curva un coche venía por el centro de la calzada. En ningún momento hizo amago de irse a su borde. Pegué volantazo y rocé el coche con algunas piedras salientes del camino. Menudo enfado. Y ni se inmutaron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario