En esta parada tuvimos más suerte. Paramos y había un restaurante donde podíamos sentarnos en una placita aledaña y almorzar tranquilamente. Para sorpresa de todos, estaba regentada la cocina por un andaluz y nos preparó platos típicos de nuestra tierra, amén de una mezcla de setas y revueltos que sacieron nuestra hambre.
La plaza parecía de nueva factura y las callejas aledañas parecían de reciente construcción. Había, eso sí, movimiento en el pueblo y por cuestión de horario no me dejaron adentrarme para admirar la Colegiata de Santa María. Lugar de paso, pero acogedor.
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