lunes, 10 de octubre de 2022

Diario de Viaje: Belsué en Nueno (Agosto de 2021)

 Este fue nuestro primer día de caminata. Y bastante caminata, la verdad. Si bien ahí en el norte las temperaturas no son tan extremas el calor sí que se siente. Subiendo más al norte de Huesca empiezan por fin las elevaciones, y desviándote te internas en un sistema de red de carreteras secundarias estrechas y sinuosas. Incluso llegamos a un punto donde había que mirar bien porque te daba la intención de meterte en un túnel que no tenía salida.

Belsué, al acercarte, está como en un promontorio, pero lo ves desde bien arriba y entonces el paisaje que se genera con los montes detrás es maravilloso. Una aldeíta toda de piedra, con muchas casas en ruinas y las que siguen en pie o son casas rurales o gente que compró la casa donde se criaron (o donde vivían sus padres de pequeños) y la usa para un par de semanas al año. Todo muy silencioso, todo muy tranquilo. La iglesia de San Martín tiene al lado un cementerio abandonado y entre los matorrales se alza alguna que otra lápida.

Comenzamos descenciendo por la carretera hasta llegar a un desvío para empezar a internarnos en los campos hasta llegar a una línea rocosa cortada por un riachuelo. Las indicaciones de la app no eran las más detalladas y una que otra vez tuvimos que buscar algunos minutos la continuación de la ruta. Esta vez teníamos que encontrar un puentecito para salvar la garganta y acercarnos por la otra orilla al pantano, el cual, de pantano solo tiene el nombre porque estaba sequísimo. Parece que fallaron los cálculos y el terreno absorbía el agua embalsada y tuvieron que hacer otro río abajo. El camino entre este pantano y el de Cienfuens fue espectacular. Más silencio si cabía, una ruta paralela al río Flumen que tenía pequeños túneles para avanzar donde te refrescaba la caída de temperatura y el aumento de humedad. Mucha más vegetación y unos farallones muy particulares, casi en vertical.

Avanzando a lo lejos podías identificar la particular orografía del Salto de Roldán. A cada paso que dabas se hacía más grande y lo divisabas desde otro ángulo. Algo memorable y que impresiona. Pero no fuimos hacia allí, quedaba bien lejos, así que avanzamos hasta el dolmen de la Piatra y paramos varios minutos para almorzar en la espesura que hay junto a esta antiquísima construcción. No era muy grande pero te sobrecogía estar en ese paraje a pocos metros de esta estructura, como si estuvieses siendo testigo de una conjunción milenaria y sagrada.

El resto del camino fue una oda al sufrimiento. La cuesta arriba inicial de piedras sueltas y con tanto ángulo de ascenso hizo que el descanso se nos olvidara pronto. Ya al otro lado y con el cambio de vegetación, más rala, el sol no perdonaba y las piernas se cargaban en el sinuoso descenso. Lograbas ver en la lejanía el pueblo pero sabías que te quedaba bastante por andar. Y ya sin agua y con la perra tumbada en cualquier sombra que veía. Creo que fue más que la primera caminata hacia la cascada del Chorro, allá por 2020, justo antes de la declaración del confinamiento.

Por suerte encontramos como un pequeño riachuelo del barranco Barranquero cuando por fin llegamos a la carretera y la perra pudo beber a gusto. Unos minutos más de forzada caminata hasta la aldea para entrar en el coche, poner el aire acondicionado al máximo, y volver cuanto antes al hotel a dormir una merecida siesta reparadora.

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