En estos momentos en que la Feria
está a punto de entrar en cada rincón de Villa del Río hay una combinación de
alegría y ansiedad por llegar a estos días y disfrutarlos lo máximo posible. Es
cosa para alegrarnos, claro está. Pero también mucha gente considera que estas
jornadas previas merecen reflexión y una visión crítica para idear cómo
afrontar el nuevo periodo laboral y educativo que se inicia tras el parón
estival. Es por ello que os invitamos a leer estas páginas con aire crítico y
con afán de aprender y reflexionar y, si es posible, sacar tras una criba algo
de provecho para aplicar en la vida cotidiana en un intento de mejorarla.
A pesar de que tengamos nuevos
ropajes, tecnología que nuestros abuelos ni siquiera soñaron en su tierna
infancia o conocimientos científicos asombrosos la verdad es que el cerebro
humano es prácticamente el mismo que el que poseían los primeros hombres, hace
ya como unos 200000 años. Esto se ve claramente en que aunque nos creamos muy
avanzados y racionales siempre llevan las de ganar las emociones y los
sentimientos más profundos, así como arrebatos, idealizaciones o
comportamientos intrínsecamente sociales.
Y ahora, si nos permitís,
queridos lectores, vamos a arañar un poco sobre el tema de la idealización: lo
que creemos o suponemos que ha de ser la sociedad perfecta o los medios
necesarios para llegar a ella. Cada uno, de manera legítima, tiene derecho a
pensar qué es lo que conviene más a la sociedad en su conjunto, o incluso al
círculo íntimo con el que te relacionas. Pero de manera reiterativa a lo largo
de la historia siempre se ha pensado en un futuro utópico (que por definición
es inalcanzable) o la vuelta a un pasado idealizado (que, de hecho, jamás
existió).
No solo largos textos eruditos
tratan esto, sino que hay otra corriente más afín y más cercana, como es la
ciencia ficción.
La ciencia ficción evidentemente
juega con modelos de sociedades para nada irreales, ni siquiera imposibles,
sino inspiradas en la observación crítica de los hechos sociales, políticos e
históricos.
En muchos casos la propuesta
consiste en imaginar otros mundos posibles y otras posibilidades tecnológicas,
pero con formas y encuadres tan familiares que inevitablemente nos hacen pensar
en nuestros propios medios sociales y políticos. El recurso a su antípoda, en algunos
casos, confirma la regla.
Así, Orson Scott Card en su
magnífico libro El juego de Ender, que
se estrenará en la pantalla grande en noviembre de este año, instala en el habitual escenario de la
amenaza alienígena y el exterminio de la humanidad, un contrapunto entre formas
de pensamiento: el humano y el “Insector”.
O sea, pensamiento único global
donde la libertad de pensamiento está prohibida, viejo anhelo de los regímenes
totalitarios, por un lado, o ensalzar lo que nos hace esencialmente humanos:
poder pensar y crear a nuestro antojo, por otro.
Las novelas de ciencia ficción,
si quitamos todos los adornos de extraterrestres y naves espaciales, quedan en
estas diatribas: análisis de la sociedad y sus intereses e, incluso, las crisis
y guerras que hacen que se repitan estas corrientes una y otra vez a lo largo
del tiempo. Para pasar de una mente colmena a una mente individual, ¿es todo
legítimo? Si para ganar hemos de imitar los procedimientos del enemigo para
actuar como él, ¿en realidad no son ellos los victoriosos aunque ganemos
nosotros? Para pensarlo detenidamente.
Existe también otro recurso en
los libros de ciencia ficción. Quizás sea un reflejo de nuestra cultura judeocristiana,
con la que nos hemos educado, o un resabio de épocas antiguas donde aún merodeábamos
por la sabana africana. Me refiero, cómo no, a la figura del Mesías, del Líder,
de la Referencia que hay que seguir para conseguir algo. La humanidad
representada por una única persona.
Nuevamente, en la obra de Scott
Card encontramos una humanidad que se mantendrá unida en tanto permanezca la
amenaza que recae sobre ella de forma global, mientras que sus divisiones
internas yacen latentes…
Pero también revoluciones y
reinados que se suceden como siguiendo un ritmo pautado, cíclico.
Revolucionarios que son absorbidos en la idea de “mesías” por las multitudes,
cuya proclama se vuelve contra sí mismos y contra la propia transgresión que lo
inspiraba.
Porque claro, si se admite que
solo una persona (John Connor en Terminator,
Neo en Matrix, Paul Atreides en Dune…) es capaz de reconducir a miles
por una buena senda, ¿no se estará haciendo una jerarquía estricta e inmóvil al
igual que la estructura contra la que nos rebelamos? ¿O es que no confiamos en
nosotros mismos y en nuestras capacidades y tenemos que delegar la
responsabilidad a otro? Tachar a un grupo como borregos y después hacer gala de
la fe en un “líder absoluto”, ¿no es una cruel ironía?
Mucho de estas preguntas responde
al eterno retorno de las más
ancestrales y básicas diatribas que los grupos humanos, sea cual fuere su lugar
y tiempo en la historia y evolución humana, en lo que de humanos tienen, se han
planteado: no hay identidad sin alteridad. Pero en ese juego, cuando la
alteridad supone subordinación y la identidad, totalitarismo, se instala en ese
ciclo una dinámica destructiva de la cual, aún en los horizontes lejanos que la
imaginación de sociedades futuras avisa, no vemos muy claro cómo resolver.
Tratar problemas conocidos y
repetitivos ambientados en otros lugares, otros tiempos o con otros
protagonistas es una buena manera de analizarlos amenamente, a la vez que vamos
viendo cómo resolver estas propias contradicciones. Con estos pocos días de
vacaciones, ¿no sería una buena idea aprovechar alguna tarde que otra leyendo
alguna de estas obras literarias? Quizá sea una buena idea que existiese un
puesto de libros justo a la entrada de la Feria, para disfrutar no solo con el
cuerpo, sino también con la mente.
(Felicito a Geo por ser la promotora de este escrito. Ella aportó la iniciativa, ciertos puntos de vista y escribió gran parte del artículo. Nada mejor que contar con mi amada para trabajar en equipo y crear obras maestras)
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