viernes, 9 de agosto de 2013

Diario de Viaje: Vannes/Gwened (Junio de 2013)

Otro viaje hacia la impresionante Bretaña, pero, como no podía ser de otro modo, envuelta en nubarrones, vientos gélidos y lluvias. Fui con Pablo en tren para visitar esta pequeña ciudad que está a hora y media en tren y como maldición griega los días soleados pararon en estos momentos para que hubiese lluvias y mal tiempo. Total, que llegamos a Vannes en plena mañana soportando frío y lluvia, junto en un intento de orientarnos para llegar a la zona medieval de la ciudad (fuera de estas zonas todas las ciudades son idénticas).

En un centro comercial para conseguir pilas y algo de defensa fuimos bien pertrechados para la zona antigua, llegando a una de las puertas de la antigua muralla que nos llevó rápidamente a la catedral. Piedras con musgo y un derruido claustro para maravillarnos y transportarnos a la Edad Media. La catedral por dentro denota muchos estilos y una configuración no muy grandiosa, pero no se puede negar el aporte de unas personas ensayando con el órgano y el recorrido que nos llevó a la parte de los anexos del santuario. Además, está la tumba de San Vicente Ferrer, lo que hacía prometer que las relaciones con Valencia en detalles y nombres no eran casuales. Tras esta visita de rigor salimos a la minúscula plaza de la catedral y nos sumergimos en palacetes de piedra y una red enorme de casas con vigas de madera entrecruzadas, muchas más que en Rennes (al menos en concentración) y con la ausencia de edificios más modernos con los típicos balcones cubriendo toda la fachada. El trazado irregular y los adoquines llevaban de plazuela en plazuela viendo construcciones típicas, tallas de santos y efigies de personas de la época medieval. Para nuestra sorpresa vimos un mercadillo en plena calle y plaza de Lizas (donde antiguamente los caballeros competían), así que el aire de tiempos antiguos estaba en cada rincón. Vimos también la Puerta San Vicente y el inútil reloj de sol (siempre está nublado) y vimos la entrada artificial del puerto, que llegamos a recorrer hasta un parquecito con una cruz muy labrada y varias liebres que nos asaltaron por el camino. Tras la compra de más elementos para luchar con el clima pudimos dirigirnos hacia la zona de las murallas, llenas de jardines muy bien cuidados (cuyo acceso está prohibido) y llegar hasta la zona típica de la ciudad.

Las murallas y torreones anexos son impresionantes, con el foso ocupado por jardines y una feria del libro. El arroyuelo Marle serpenteaba por la zona y la vista desde un puente hacia las lavanderías es la estampa típica y bien cuidada de la ciudad. También vimos edificios más modernos, como la plaza de la República y la Prefectura, además de internarnos en los jardines y parques paralelos a las murallas llenos de homenajes a soldados caídos. Callejear por esta ciudad es impresionante y parece que no están muy acostumbrados a las visitas turísticas (y eso que había campeonato de baloncesto por esos días) y los precios no son desorbitantes. Muchos edificios de madera se retorcían y casi se tocaban y la cantidad de perspectivas para fotos son innumerables. Cerca de la hora de partida pudimos acceder al Estanque del Duque, un remanso del Marle con paseos, árboles y nenúfares que dan ganas de recorrer minuciosamente para reflexionar. Tras esto, entrar en la estación y de paso hacer trasbordo en Redon para llegar a casa y descansar.

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